De la majestad ética y las divisiones peligrosas
El traspié de la Reforma Judicial ha provocado una reacción en cadena que no cesa. Se ha intensificado el sentimiento ciudadano de la “antipolítica”, que ha golpeado por igual a los tres poderes públicos. Nadie se salva de las arremetidas de quienes se dicen voceros de las “multitudes solitarias” y no hay señales de calma o de sosiego. En la calle, en los supermercados, en las oficinas, en los taxis, en las tertulias, en los amplios o en los pequeños salones, siempre surge la diatriba o la manifestación de desengaño por el comportamiento de los amos del poder. El juicio y el veredicto popular, cargado de valoraciones morales, condena a todos los actores del sainete.
No se logra comprender si los señalados han asumido la dura, pero evidente realidad. El presidente Santos tuvo suficiente coraje político para frenar el entuerto, desde la atalaya de la Razón de Estado. Los congresistas, de espaldas a la opinión, dan declaraciones exculpatorias, como si fueran ellos las víctimas de lo acontecido. Cuando la credibilidad del Congreso está por los suelos, no se avizora propósito de enmienda. Asimismo, la amplia toga de los magistrados había logrado ocultar sus deficiencias y sus vicios. Por eso, callan, como los partidos, esperando que el telón del teatro público caiga para dar fin al grosero espectáculo. Están apostando, como los partidos, al juego del olvido. Pero…
No hay que equivocarse, estamos presenciando la versión tropical de “los indignados” europeos, de los contestatarios de la primavera árabe. Es como si, a pesar de las trampas de la ignorancia y la pobreza, los colombianos estuviéramos transitando a toda velocidad de una democracia de electores a una democracia de ciudadanos, que encuentra desarticulado al Estado, porque sus tres ramas parecen haber perdido la majestad ética, indispensable para cumplir con acierto y dignidad las altas funciones que les corresponde.
Como si estuviéramos solos en tan ardiente arena y, al mismo tiempo que el terrorismo acrecienta sus acciones de muerte, el expresidente Uribe blande el hacha de guerra contra el Jefe de Estado. Nace la división de la centro derecha colombiana, para solaz de los fanáticos y regocijo de los recién llegados al santismo. La buscaron, la lograron. Es que las divisiones son el campo propicio de los peones en el ajedrez de la política. Se creen alfiles y los caballos brincan a las torres. Para los ambiciosos sin grandeza, también, sin majestad ética, la división es un objetivo en sí misma. Desde allí ven más cercanas las mieles del poder. Y eso, los obnubila.
¿Y la República… y nuestra Democracia? Fernando Londoño, luego de honores merecidos, se ha puesto su capa de manchego y ha repetido el llamado a defenderlas juntos, convocados por el presidente Santos. No lo desoigamos. Preguntemos con Merleau Ponty… ¿es pensar, lo impensable?