PÁGINAS
El conservatismo: presente y futuro
PARA que el conservatismo colombiano permanezca como protagonista importante de la política es indispensable su unidad. Para que el conservatismo empiece a recuperar las masas, especialmente las urbanas, deberá centrar su accionar en las doctrinas, ideas y virtudes que le dieron vigor moral para conducir trechos decisivos de la historia de Colombia. Para que el conservatismo recobre la comunicación con la opinión pública deberá diseñar propuestas convincentes. El mensaje no puede seguir improvisándose, por el contrario, debe ser elaborado, estudiado y recomendado por los expertos en penetrar las redes sociales, canal ineludible de la civilización contemporánea.
Los directivos del conservatismo deberán abandonar el desconcertante conformismo ante los resultados electorales, respetivamente adversos, que se tornan en victorias, porque, “derrotamos las encuestas”. En las últimas elecciones para las cámaras legislativas perdimos cinco senadores y diecisiete representantes pero, “derrotamos al Partido Liberal”, sin advertir que el viejo liberalismo nutrió las mayorías de las nuevas agrupaciones como el Centro Democrático, La U, Cambio Radical y el Pin.
En el entretanto, se renunció a la legitimidad que concedía la elección popular de las directivas. Se ignoró el fervor y la movilización de la juventud en esas elecciones y a los elegidos se les negó toda función.
A pesar de los aspectos negativos comentados, el conservatismo cuenta con lealtades, según afirman los investigadores. A esas lealtades, construidas en nuestro devenir histórico, hay que alimentarlas con esperanzas, no con añoranzas, toda vez que ante la ausencia de los grandes líderes, ha surgido la autocomplacencia con las glorias del pasado. Para colmo, no aparece en el horizonte el adalid indiscutible, respetado, moderno. Hay figuras que alientan, pero entre los precandidatos presidenciales no aflora la toma de conciencia de la unidad para la victoria. Parecería que jugaran a que una fuerza exógena refuerce el pedazo de conservatismo que logren conquistar. Sin embargo, todo sería más viable si se logra previamente la compactación de las huestes azules, comprometiéndose todos a respetar las reglas imparciales que regirán la controversia democrática interna. Lo aconsejable es abrir las trincheras del individualismo y tender la mano para razonar sobre el destino de la colectividad. Belisario dio un ejemplo de tacto cuando, luego de la derrota frente a Turbay Ayala e insistiendo en la brega, dijo: “las relaciones con el Gobierno las decide el Directorio Nacional”. Recuérdese, también, que los congresistas conservadores que colaboraron con el gobierno de Samper contribuyeron con entusiasmo a la victoria de Andrés Pastrana. Un candidato presidencial debe buscar dirigir el Estado, no el partido. Y como nadie tiene siempre la razón hay que intentar que todos los cauces se sumen al torrente victorioso.
Esas lealtades históricas que persisten requieren ver grandeza y coraje en nuestros conductores. Al acicatearlos pretendemos que estén a la altura de estos tiempos tan complejos e inciertos, en los cuales el espectáculo de la codicia y corrupción de la política asusta, deprime y duele. No solo los conservadores, es la Patria toda la que reclama al redentor que arroje del templo de la democracia a los usufructuarios de la venalidad.