La unión entre homosexuales
Recientemente y con el título de “Matrimonio homosexual” se publicó en El Espectador la columna de Yesid Reyes.Del escrito - cuyo objetivo podríamos resumir en contribuir a despejar las objeciones jurídicas para la aprobación en el Congreso de la República del “matrimonio homosexual”- es destacable el cierre pues allí sintetiza su argumentación: negarles a las uniones homosexuales el título de matrimonio no solo es un “inaceptable tratamiento discriminatorio, sino que es una muestra más de nuestro pernicioso culto a las formas en detrimento de las esencias”.
Pues bien, como además de reprochar el descuido de las “esencias”, el columnista dice que “como ocurre con muchas otras manifestaciones culturales, ésta (el matrimonio) también tiene una connotación religiosa”, empecemos por recordar que el matrimonio y la familia son instituciones humanas que existen mucho antes que la fundación de la Iglesia Católica y otras iglesias cristianas, y que la consolidación del Estado-Nación como la forma política de la modernidad. Y lo anterior es así tanto en el orden cronológico, como en el social y ontológico. Así pues, no es ni la religión ni el Estado los que crean el matrimonio.
Entonces ¿por qué a través del Congreso, el Estado colombiano pretende crear el “matrimonio homosexual”? La respuesta la da el mismo Reyes al sostener que se trataría de aplicar el principio de no discriminación de nuestro ordenamiento jurídico. Como si tratar asuntos diferentes de manera distinta fuera discriminar.
En sana lógica los Estados no crean sino que reconocen jurídicamente el matrimonio para proveerle protección facilitando así su estabilidad, sencillamente porque la unión entre hombre y mujer es el único vínculo que puede generar nuevos seres humanos imprescindibles para la sociedad. Por esto, la meta principal de ese reconocimiento jurídico ha sido, al menos hasta ahora, el bien de los hijos puesto que si no se protegen y educan, no tendremos una nueva generación de ciudadanos capaces de asumir su papel en la libertad ordenada que es la vida en sociedad.
Pero la meta del “matrimonio homosexual” no podría ser la misma pues allí no puede haber procreación. Su razón de ser está en proteger un bien privado y emocional. Bien éste que quienes por él opten están en libertad de hacerlo, sin que ello implique que el Estado deba otorgarle el ropaje jurídico de “matrimonio”. Si se tratara de favorecer bienes privados emocionales, más adelante el Congreso tendría que legitimar, por ejemplo, la heteropoligamia (de uno con unas), o ¿por qué no legitimar la unión que tengo con mi mascota con quien mantengo una estrecha relación emocional?
Ese “progresismo” de personas como Reyes proviene de la distorsión del sentido común - así sea con buena intención- al considerar que los derechos individuales, por exagerados que sean, prevalecen sobre el bien común público.
Va llegando pues la hora de hacer un alto en el camino y entender que es diferente el respeto que se les debe a los homosexuales a su exaltación social.