“El Obispo de la Paz”
El pasado 28 de septiembre murió en Pereira monseñor José Luis Serna Alzate, a quien se le denominó el “Obispo de la Paz”. Ilustre prelado de la Iglesia Católica y primer misionero de la Orden de la Consolata en alcanzar el obispado. Dedicó su vida sacerdotal y apostólica a promover el entendimiento y la reconciliación entre los colombianos.
Había nacido el 17 de febrero de 1936 en Aranzazu, municipio de Caldas, y decidió de joven irse al seminario seguido de su hermano Álvaro, también ya fallecido, y con quien compartió muchas de sus labores, entre ellas la fundación de la emisora Armonías del Caquetá en la ciudad de Florencia capital de ese departamento.
Conocí a monseñor José Luis Serna cuando me desempeñé como Gerente Regional del Instituto Colombiano de Reforma Agraria en el Caquetá: y volvimos a reencontrarnos a mi paso por la Gobernación del Tolima, siendo él obispo de la diócesis Líbano- Honda. En el Caquetá, luego de ejercer el Vicariato y en su condición de obispo, fue el primer Alto Comisionado de Paz en lograr la firma de un acuerdo con las Farc. Acuerdo que luego incumplió la subversión.
Con su sotana blanca y su cruz al pecho, de un trato exquisito y expresión amable; amigo de todos, lo acompañé río arriba y río abajo, internándonos en la selva conjuntamente con los funcionarios del gobierno de la época, entre ellos Amparo Ossa, Gobernadora, y Amparo Restrepo, gerente del Instituto de Mercadeo Agropecuario, para visitar las poblaciones más alejadas como Cartagena del Chairá, Santafé y Remolinos del Caguán; San Luis en las postrimerías del Orteguaza y en cuyas orillas habitan los indios coreguajes. Recorridos hechos con frecuencia a estos y muchos sitios más, como Paujil, San Vicente, Belén de los Andaquíes, Valparaíso, Curillo, Guacamayas y Yaguara II en los llanos del Yarí; entre otros, para ayudar a sus pobladores y promover a la vez, en nombre del Estado, la “amnistía” como en ese entonces se dio en llamar a la reinserción de más de 500 guerrilleros del M-19, entregándoles incluso a algunos de ellos, parcelas de las haciendas “La Solita” y “Larandia”, destinadas para ese fin como parte de los compromisos. Han pasado 32 años, era 1982, y ejercía como gerente general del Incora, Ernesto Muñoz Orozco, y como presidente de la Republica Belisario Betancur.
De otro lado, entre 1998 y 2000 en el Tolima, me aceptó formar parte del Comité Departamental de Paz, donde sus conocimientos y su experiencia fueron definitivos para la construcción de un clima de distensión en ese territorio. Una vez producido su retiro por problemas de salud, lo visité en Manizales encontrando en él la misma calidez y preocupación por los problemas del país, y su anhelo de alcanzar la armonía entre los ciudadanos. Su sacerdocio lo ejerció siempre al servicio de los más necesitados. Con su diálogo y sus consejos logró convencer a muchos para que desistieran de conductas violentas y retornaran al camino de la democracia.
Hoy, luego de su deceso, elevamos una plegaria en su nombre al Señor, para que su ideal se haga realidad. Una paz negociada, estable y duradera para todos los colombianos.