Violencia y poder
La violencia surgida del enfrentamiento político en la década de los 50, continuó siendo una estrategia para alcanzar el poder mediante el uso de las armas, al crearse las Fuerzas Armadas Revolucionarias -Farc- en 1964, autodenominadas de ideología marxista-leninista y supuestamente como consecuencia de la insatisfacción por un modelo excluyente en Colombia que ha concentrado la riqueza y aumentado las desigualdades sociales.
Mientras tanto, y con el transcurrir del tiempo, los partidos tradicionales después de haber alternado en el Gobierno durante 16 años se han ido debilitando, acentuándose su desarticulación con la migración de muchos de sus integrantes a otras organizaciones surgidas a instancias de la Reforma Constitucional de1991, mediante la conformación de agrupaciones o movimientos electorales independientes, dando como resultado mixturas de opinión, difusas, etéreas y por demás frágiles, utilizadas más en favor de intereses personales que fundamentados realmente en el beneficio a la comunidad.
A su vez, la guerrilla se fortaleció al optar por el narcotráfico como su principal fuente de financiación, además del dinero obtenido con la extorsión y el secuestro.
Luego, ante la debilidad del Estado y otras circunstancias conexas, aparece como contrapeso el paramilitarismo optando por las mismas fuentes de financiación y en contubernio con los políticos, según su conveniencia regional, corroborándose una vez más el uso de la violencia como estrategia para alcanzar el poder.
En ese orden de ideas, la oposición por la vía democrática ha terminado haciéndola la misma derecha entre sí, dividiéndose de manera caprichosa y aun en alianza con algunos movimientos de izquierda cada uno de estos por su lado, tanto que la reciente elección presidencial fue el resultado del enfrentamiento de dos candidatos hasta hace muy poco tiempo amigos, con el mismo jefe e iguales intenciones; quienes utilizando la paz como tema del debate, igualmente hicieron uso de violentas agresiones e insultos auspiciando entre la población odios y rencores, mientras la determinación de dejar o no las armas continúa expectante en manos de la subversión.
Ahora, la idea es que la insurgencia haga tránsito a la política para que en dicho escenario consiga los votos suficientes para promover los cambios que ellos buscan; llegando a plantearse que si bien las conversaciones en La Habana deben continuar, mas allá de la agenda que se ha venido desarrollando "(...) lo que se requiere es acordar un nuevo régimen político, democrático, incluyente, participativo y profundamente respetuoso de las terceras fuerzas políticas autónomas nacidas del movimiento popular y democrático”.
Así las cosas y en consecuencia con esa realidad, no está bien insistir en dividir más a los colombianos en torno de enemistades y sectarismos, mientras quienes utilizan la violencia, bien sea de izquierda o de derecha, continúen al asecho y dispuestos a valerse de ella como estrategia para alcanzar el poder.
El país requiere más bien de un aire de optimismo y de armonía con mente sana.