En política todo tiempo es crítico, toda elección es crucial, toda apuesta por lo colectivo es determinante. Pero hay tiempos para el cambio y otros para conservar, para avanzar. La familiaridad de las políticas, su construcción permanente y sistemática, con perseverancia y en cumplimiento de la promesa empeñada hacen de los pueblos unas instancias civilizadas donde el lema siempre es construir sobre lo construido.
No se aplica esta teoría, de ninguna manera, a periodos de corrupción, como quiera que en ellos no se avanza, no se construye, sino que se retrocede. Al fin de cuentas ya desde la vituperada edad media, se solía afirmar: “somos enanos que nos posamos en los hombros de los gigantes de la historia”. Y a fe que ello es así: construimos sobre el legado de nuestros antepasados, cuando el legado es grande, virtuoso y vale la pena continuarlo.
Por fortuna, los avances en las administraciones capitalinas se palpan con hechos, se huelen sus obras, se disfrutan sus avances. Desde Jaime Castro hasta Peñalosa pasamos de contar con una ciudad inviable para convertirnos en ejemplo latinoamericano medido en calidad de vida y servicio al público; en desarrollo y progreso; en materialización efectiva de los impuestos.
Por el contrario, desde que la izquierda tomó el poder con Lucho Garzón, se sintió el sembronaso, el freno en seco. Presenciamos, -después del caricaturesco “Lucho”-, momentos de franca corrupción en épocas de Moreno Rojas para terminar en parálisis rotundas y retrocesos incuestionables de un alcalde prácticamente analfabeto a la hora de administrar. Quizás lo suyo era, -como no-, el secuestro, la extorsión, le revuelta, la matanza. Total, eso de sacar las cosas adelante, por el bien de todos y con todos, como que no se compaginaba con la guerra de clases y el discurso del resentimiento y del odio que tanto enarbola la izquierda.
A Miguel Uribe se le ataca, en cambio, por lo más nimio, su edad, como si eso hubiese sido obstáculo para que Alejandro Magno dejase de conquistar más de medio mundo conocido o a Simón Bolívar se le reprochase su hazaña libertadora. La edad, en política, se mide por logros, por conquistas sociales, por labores emprendidas y finalizadas, no por canas o discursos sin sentido, sin fondo.
Por lo mismo es que la elocuencia del Dr. Miguel deviene de su vasto conocimiento de la ciudad y no de un discurso de repertorio Gaitanista directamente importado de las tierras de Mussolini para impresionar a las masas, como bien lo anotara el mismo Humberto Eco en su obra “El super hombre de masas”.
No es riesgoso ni mucho menos equivocado dejar en las manos del más vital, elocuente, conmovedor, versado y docto de los candidatos a la Alcaldía Mayor de Bogotá, los destinos de una ciudad que demanda, como lo dijera Don José Ortega y Gasset, el sagrado derecho a la Continuidad.
*Miembro de la Corporación Pensamiento Siglo XXI
@rpombocajiao