Por estos días que todos estamos con la cabeza en los acontecimientos políticos y de una u otra manera viendo lo peor de las personas, insultos en las redes sociales, juicios injustos por expresar lo que pensamos o cómo vemos la situación del país, peleas entre amigos o familiares porque vivimos con intensidad desde la esquina de nuestra ideología política, lo que nos demuestra que perdimos la capacidad de escucharnos y de entendernos o tal vez, nunca la hemos tenido.
Pues bien, he querido separarme un poco de esta realidad por decisión propia y por salud mental, enfocando mi atención en los aspectos positivos que suceden en el día a día, lo que me ha permitido centrarme en la experiencia y en lo que vamos aprendiendo con las situaciones que la vida nos pone y que debemos sortear todo el tiempo, unas son fáciles y otras son muy difíciles, pero lo importante es que son siempre las que podemos solucionar, nunca la vida nos pone algo de una magnitud tal que no podamos con ella, por tanto, esto despierta en nosotros la posibilidad de sacar lo bueno de estas situaciones, que es lo que yo llamo aprendizaje, que la gran mayoría de las veces es de cosas muy sencillas, a veces obvias.
Esta semana que pasó, acepté una invitación que por diferentes circunstancias no había podido cumplir en meses anteriores, pero que también no estoy acostumbrado en mi cotidianidad a recibir y tampoco a aceptar. Me invitó el esposo de una persona a la que había acompañado como paciente en los últimos 3 años, la invitación fue a almorzar y el motivo “la gratitud”. A mí personalmente, esto de recibir la gratitud de las personas me cuesta mucho, pero durante la conversación que sostuvimos, que se centró en la experiencia de la enfermedad, el proceso de la despedida y la dolorosa partida; debo decir, que me dejó maravillado ver como esta persona y su familia construyeron su propia forma de sobrellevar esta difícil situación, llenando cada espacio de amor, escucha, silencios, conversaciones difíciles, pero con la convicción de hacer del tiempo que quedaba de su ser querido los mejores momentos posibles.
Llegamos a la conclusión que cuando se está frente a una enfermedad incurable y terminal, es metafóricamente como cuando nos encontramos en el camino un gran obstáculo que no podemos pasar, entonces tenemos dos caminos: el que sigue la mayoría de las personas y es intentar atravesarlo a costa de lo que sea, luchando contra él e intentando romperlo a la fuerza hasta llegar a la frustración, para ser más claro intentado por todos los medios buscar el remedio o la pócima perfecta para curar la enfermedad, o el otro camino que es recurrir a nuestra creatividad para buscar una manera para rodear este obstáculo y aprender a convivir con él hasta el final, buscando el mayor bienestar posible y vivir intensamente preparándonos para la despedida y el difícil final. En la situación particular que les cuento este segundo camino garantizó tres años más de vida familiar, momentos inolvidables y una despedida tranquila, casi esperada…
Por esta razón, puedo compartir que al final, el gran alimento para el alma y el gran aprendizaje es la gratitud, que es la energía que nos mueve, el combustible que hace que cada vez como seres humanos busquemos hacer el mayor bien posible y en la economía del cuidado es nuestra moneda de cambio.