El fantasma populista
El fantasma del populismo parece seguir recorriendo el mundo, presagiando a su paso un porvenir de pesadillas. El estrepitoso declive de la “nueva izquierda latinoamericana”, y en particular del “Socialismo del siglo XXI”, cuyo legado pesará como un lastre por muchos años aún en la región, coincide con el ascenso, en otras latitudes, de un populismo de signo contrario: el de la derecha euroescéptica, antiliberal, nacionalista y xenófoba en países como Alemania, Holanda, Austria, Hungría, o Polonia -donde ante la arremetida autoritaria del gobierno de Kaczynski, la Comisión Europea ha estado a punto de activar, por primera vez en la historia, el “Mecanismo del Estado de Derecho”- una especie de “cláusula democrática” creada en 2014. No menos preocupante resulta el ascenso de Trump en la carrera por la Casa Blanca; o la persistencia, mucho más a la izquierda en el espectro político, del carismático Sanders en el partido demócrata.
En Colombia el fantasma del populismo se presenta, sobre todo, como “castro-chavismo”: el temor de que habiendo fracasado en Venezuela, habiendo sido desplazado del poder en Argentina por la vía electoral, estando contenido (al menos por ahora) en Bolivia y Ecuador, y suspendido en Brasil, el “Socialismo del siglo XXI” renacerá, tarde o temprano, en la Nueva Granada, siguiendo una suerte de trayectoria ineluctable definida en La Habana, en donde las Farc estarían obteniendo -entre mojito y mojito- lo que no lograron alcanzar ni siquiera en el cenit de su proyecto insurgente.
¿Son justificados estos temores? Los demócratas y los liberales saben muy bien que la democracia y la libertad son siempre vulnerables. Saben también que el populismo puede surgir de la derecha o de la izquierda… Los extremos, a fin de cuentas, siempre se tocan. Pero saben también que nada en política se produce por generación espontánea. Mucho menos el populismo.
¿Cuándo triunfa el populismo? Cuando se fragmentan las élites políticas y económicas, presas de su propia mezquindad, de su cortedad de miras y de sus antagonismos personales. Cuando contra el telón de fondo de una crisis económica, la gente siente desvanecerse en el aire sus expectativas materiales y sociales. Cuando las instituciones pierden credibilidad, legitimidad y la confianza de la ciudadanía, y esta renuncia a su apuesta por la democracia y por la libertad. Cuando el “emocionalismo” se impone al debate, y el mesianismo al constitucionalismo.
Y para que eso pase, no es necesario entregarle el país a las Farc en La Habana, ni ser víctimas de una conspiración orquestada en el Foro de Sao Paulo.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales