El gran malestar
Un gran malestar recorre América Latina. A ese malestar no escapan los países más pequeños (como Guatemala y otros centroamericanos, especialmente aquellos que todavía sufren las secuelas de los conflictos armados internos del pasado) ni los más grandes y pretenciosos (como Brasil, autoproclamada potencia regional; o Chile). Poco importa, por otro lado, cuál sea el régimen político predominante: desde el fallido experimento revolucionario chavista hasta el lulo-petismo brasilero, la Concertación chilena, la Unidad Nacional colombiana, o el Kircherismo, está demostrado que ninguna ideología, orientación política o amalgama partidista está inmunizada. Aunque eso sí, hay algunas estructuras -aquellas caracterizadas por la concentración del poder, la ausencia de mecanismos de control y rendición de cuentas, la omnipresencia del Estado, el patrimonialismo, los maridajes espurios entre el sector público y la empresa privada- y entornos -aquellos que toleran, validan, justifican e incluso enaltecen ciertas actitudes ciudadanas y escalas de valores-, cuya combinación genera un caldo de cultivo particularmente favorable a ese malestar y hace virtualmente inútil todo esfuerzo para contenerlo.
Ese gran malestar latinoamericano contemporáneo es la corrupción. No porque sea un fenómeno novedoso, ni por las proporciones -realmente faraónicas- que ha alcanzado en tiempos recientes. Tampoco porque sea un problema endémico (si Brasil tiene problemas de corrupción también los tienen Rusia, China, India y Suráfrica, sus compañeros en el club de los BRICS; y si en Panamá llueve, en España no escampa, y en la FIFA diluvia), sino porque actualmente representa una de las mayores frustraciones y desengaños frente a las promesas de la democratización y la bonanza económica, y por lo tanto, entraña un riesgo potencialmente destructivo del sistema político, el aparato económico y el tejido social.
Ciertamente, ninguna forma de corrupción es inocua. Pero su lastre es particularmente pesado en sociedades que, como las latinoamericanas, se preguntan si era esto -el saqueo sistemático del erario por parte de mafias de políticos y empresarios- lo que prometía la democracia; si era esto -la aparición de nichos de parásitos que han medrado sin esfuerzo gracias a las condiciones favorables del mercado- lo que prometían la liberalización económica, la desregulación y la prosperidad experimentada los últimos años; si es posible acaso la pacífica convivencia civil en medio de la desconfianza recíproca, la depredación del erario, la voracidad ante las oportunidades, y el cumplimiento transaccional y acomodaticio de la ley; si es esto -el enriquecimiento desmedido mediante el fraude, la connivencia, el abuso de privilegios y la impunidad- un gaje del oficio o una perversión de un sistema indefendible.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales