Magna conmemoración
Este año se cumplen dos siglos de la derrota de Napoleón en los campos de Waterloo, y con ello, de la liquidación definitiva de su sueño imperial. También, 100 años del hundimiento del Lusitania, que desencadenó la intervención de EE.UU. en la Gran Guerra, y con ello, el tránsito del centro de gravedad del poder mundial hacia esa nación, convertida en súper potencia tres décadas más tarde, tras emerger victoriosa y prácticamente ilesa de la II Guerra Mundial. En 1945, tropas de la otra súper potencia, la Unión Soviética, liberaron el campo de concentración de Auschwitz, epítome de la barbarie del nazismo. Se cumplirán en 2015 además 50 años de la llegada del primer contingente estadounidense a Vietnam y de la promulgación de la Voting Rights Act por parte del presidente L. B. Johnson -dos hitos en la historia estadounidense del siglo XX-. Hace apenas un cuarto de siglo, por otro lado, y al compás de lo que algunos llamaron "el fin de la historia" y otros saludaron como el advenimiento de un "nuevo orden mundial", Nelson Mandela fue liberado, Saddam Hussein invadió Kuwait, y se produjo la reunificación de Alemania. Y que la historia no se repite, pero rima -como dijo una vez Mark Twain y recordó recientemente la historiadora Margaret McMillan-, vino a recordarlo tristemente hace 20 años el asesinato de 8 mil musulmanes en Srebrenica, a manos de las huestes bosnias de Radko Mladic y ante la impávida mirada de los peacekeepers holandeses.
Todo esto (y mucho más) se conmemorará en 2015. Pero quizá la efeméride más importante, que no puede pasarse por alto -precisamente por lo que representa, por lo que obliga a recordar en estos tiempos de terrorismo y contraterrorismo, de fundamentalismos, de Estado omnipresente y big data, de populismos y arremetidas contra la libertad- es el octavo centenario de la promulgación de la Carta Magna, que tuvo lugar en la Inglaterra del rey Juan, el 15 de junio de 1215.
Por mucho que se haya convertido en un mito, la Carta Magna constituye uno de los momentos estelares en la búsqueda de límites al ejercicio del poder político y de su sujeción al imperio de la ley. Una búsqueda que desembocó en lo que hoy se conoce como Estado de Derecho y que no por haber sobrevivido 8 siglos debe darse por sentado. Especialmente, porque con demasiada frecuencia olvida Occidente que el remedio para el miedo no es la seguridad -quienquiera la ofrezca- sino la libertad.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales