Andrés Molano Rojas* | El Nuevo Siglo
Lunes, 12 de Enero de 2015

UNA REFLEXIÓN

Dos libertades

No se puede hacer nada distinto, sino rechazar, sin vacilaciones, los execrables hechos ocurridos en Francia la semana pasada. La defensa de la vida no admite condicionalidades. Como dice el Talmud, “aquel que salva una vida es como si salvase al mundo entero”, y en consecuencia, el que toma la vida de otro atenta contra la humanidad entera. (Lo anterior es válido tratándose de terroristas, de criminales, e incluso del Estado cuando recurre a la pena de muerte para hacer una falsa justicia que no es sino eufemismo de la venganza). Dadas las circunstancias, además, la condena al ataque contra Charlie Hebdo entraña reivindicar también la libertad de expresión como derecho humano fundamental, como un valor que las sociedades deben defender frente a toda tentativa -provenga de donde provenga- de acallar el pensamiento, la crítica, la denuncia o la burla-, incluso la más chabacana y grotesca.

Ello no significa, sin embargo, suscribir incondicionalmente todas las formas de ejercicio de esa libertad; del mismo modo que llamar la atención sobre la importancia de los límites inherentes a toda libertad, o del respeto y del pudor como virtudes cívicas, no implica justificar lo injustificable ni contemporizar con los perpetradores.

Los ataques de París no sólo han puesto en grave riesgo la libertad de expresión sino también la libertad religiosa.  De manera pasmosa se han levantado muchas voces -entre ellas las de prominentes figuras de la vida intelectual- al son de una feroz arremetida antirreligiosa.  Están en todo su derecho de hacerlo.  ¡Pero qué engañoso, qué tramposo resulta enmascarar esa “cruzada” tras la defensa de la libertad de expresión!

El problema, no es la religión.  Es el fanatismo -y fanatismos hay para todos los gustos-.  Alguien se vanagloriaba en las redes sociales de que los ateos no acribillan a nadie por hacer una caricatura de Darwin.  Eso puede ser cierto (¿hasta cuándo?).  Pero no es menos cierto que ni Robespierre, ni Hitler, ni Stalin fueron hombres religiosos, ni religiosa fue la inspiración de sus desmanes. (Bueno: Robespierre profesaba el culto de la diosa Razón, o eso decía… quizá era un mal creyente).

Hay que evitar las simplificaciones. La tragedia exige una reflexión profunda, menos oportunista y acomodaticia. Es lo que se debe a la memoria de víctimas como Ahmed Merabat, el policía musulmán que murió custodiando la sede de Charlie Hebdo. No hacerlo es caer en un falso dilema, que inevitablemente lleva a traicionar la libertad en nombre de la libertad.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales