EE.UU. Y CUBA
Deshielo en el Caribe
Nadie habría podido preverlo. Nadie pensó que los rumores que empezaron a circular al fragor de la liberación de Alan Gross fueran a hacerse realidad tan rápidamente. Y sin embargo, el giro en las relaciones entre EE.UU. y Cuba, anunciado simultáneamente por los presidentes Barack Obama y Raúl Castro la semana pasada, es una de las decisiones más lógicas que hubieran podido tomarse en el dominio de la política internacional contemporánea, tan complejo y plagado de aporías.
A lo largo de los últimos años se han producido importantes cambios en el posicionamiento de Cuba en el sistema internacional. Desde su llegada al poder, Raúl Castro ha impulsado varias reformas, tímidas pero significativas, no sólo en el terreno económico sino también, por ejemplo, al aliviar restricciones que impedían a los cubanos viajar al extranjero. El castrismo sigue siendo lo que siempre ha sido: una dictadura comunista anacrónica, una tiranía familiar, y un proyecto político-económico fallido. Pero sería un error subestimar estas transformaciones. Tanto como ingenuo sería esperar ahora un cambio de régimen de la noche a la mañana.
En julio, Rusia condonó el 90% de la deuda cubana, en una apuesta por recuperar al antiguo socio soviético en el Caribe. Los brasileros invierten cuantiosamente en el sector azucarero y tienen ambiciosos proyectos en la Zona Especial de Desarrollo del Mariel. Los europeos han ido abandonando la “posición común”, adoptada a instancias del gobierno Aznar en 1996, y actualmente negocian un Acuerdo Político y de Cooperación con La Habana -sin que por ello los derechos humanos hayan desaparecido de la agenda bilateral-. En ese contexto, la política estadounidense de aislar a Cuba y mantener el bloqueo, habría acabado más bien marginando a Washington del desarrollo futuro de los acontecimientos en la mayor de las Antillas, al modo de un convidado de piedra que presencia impotente el devenir de la historia en su propio vecindario.
Pero además, el asunto de Cuba se había convertido en el principal problema de las relaciones interamericanas (algo de lo cual se dieron cuenta también los canadienses, que pasaron de vetar la presencia de Cuba en la Cumbre de las Américas a facilitar, junto al papa Francisco, la aproximación con Washington). Y en ese sentido, no cabe duda de que el deshielo en el Caribe, el enfoque en las relaciones cubano-estadounidenses, abre una ventana de oportunidad para reconstruir el diálogo y acaso también para insuflar nueva vitalidad a las instituciones interamericanas, mientras se crea un entorno favorable a la transición en La Habana.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales