Elecciones al Consejo
La mayor parte del tiempo uno oye quejas contra Naciones Unidas porque, dice la gente, no sirve para nada. Muchos académicos, e incluso alguna excanciller despistada, le reprochan a la ONU no ser lo que no es (una especie de “gobierno mundial”), o simplemente le piden cosas que en realidad deberían exigir a los Estados, individualmente considerados, y no a una organización internacional que, con todas sus limitaciones, cumple hoy por hoy un papel nada desdeñable, y en algunos casos insustituible -con los recursos y los medios que le son más propios- en la gobernanza global. Es fácil olvidar que, no obstante su relativa autonomía y su capacidad para influir e incluso condicionar la conducta de los Estados, las organizaciones internacionales rara vez son algo distinto de lo que éstos quieren que sean.
Las recriminaciones son acerbas cuando se trata del Consejo de Seguridad. Se critica su composición, las reglas que rigen su funcionamiento -especialmente el derecho de veto de los 5 miembros permanentes-, y hasta su incapacidad para “acabar la guerra y la injusticia, resolver los conflictos, disminuir la pobreza”… o sacar a Haití del abismo de la historia. Unos quisieran un Consejo más democrático (aunque no se sepa qué quieren decir exactamente con ello) y más representativo (aunque la satisfacción de esa demanda resulte imposible en la práctica, a menos que se liquidara el Consejo y todas sus competencias se transfirieran a la Asamblea General… y ¡aun así, y a qué precio!). Qué fácil es criticar el mundo por ser como es y no como uno quisiera que fuera.
Por eso sorprende la polémica suscitada con ocasión de la elección de Venezuela como miembro no permanente para 2015-2016. Unos dicen que es un triunfo, aunque póstumo, de Chávez: ¿pero acaso existen en política los triunfos póstumos? Otros, que es un duro golpe para los Estados Unidos; aunque la oposición de Washington a la candidatura venezolana haya sido más bien floja, si se la compara con la que eficazmente le hizo en 2006. Otros se rasgan las vestiduras, porque Venezuela no tiene la “autoridad moral” para estar en el Consejo, como sí la hubiera tenido Ruanda (2013-2014), o la tuvieran China (fiel valedora de Bachar al-Asad y otros tiranos) o Malasia (recién elegida también, y con un cuestionable registro en materia de DD.HH. y de simpatías con el extremismo islámico).
¿Importa realmente qué país obtiene una silla no permanente en el Consejo de Seguridad? Quizá sí. Pero tal vez por razones mucho menos evidentes.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales