ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Lunes, 10 de Febrero de 2014

Gerontofilia latinoamericana

 

“Cada cual tiene sus aberraciones” -dicen por ahí-, y eso es válido no sólo tratándose de personas, sino de pueblos, linajes y naciones, e incluso de países y regiones enteras.  Fetiches, parafilias, complejos y fijaciones explican, tal vez, que los estadounidenses sean de Marte y los europeos de Venus -como lo sugirió en su famoso libro Robert Kagan una década atrás-; y probablemente ayudan a entender también cosas tan disímiles como el fracaso de la “Primavera Árabe” en Egipto, la mitificación de Hugo Chávez en Venezuela, el “putinismo” ruso, las taras de la política exterior alemana (sobre todo desde la reunificación) y la eterna aspiración de Brasil a encarnar el futuro.  La evidencia abunda y, sin embargo, está por hacerse todavía un catálogo pormenorizado de todas estas patologías y su impacto geopolítico.

Capítulo aparte merecería en tal catálogo América Latina. La región es en primer lugar “soberanólatra” -y eso explica en buena medida el fracaso de la integración regional, o por lo menos, la precariedad de sus realizaciones-.  Sufre de complejo de “víctima del imperialismo”, que a veces se manifiesta en forma de delirio paranoide, y que junto con la tara de “hermano menor” lastra por igual su relación con Estados Unidos.  Padece episodios recurrentes de populismo caudillista -grave trastorno de su carácter político- para el que parece no haber encontrado todavía un tratamiento institucional efectivo. Y por si fuera poco, entre la amnesia y la memoria absoluta, sigue sin poder asimilar su pasado ni reconciliarse con la historia.

No se sabía, hasta ahora, que además fuera también gerontofílica. Pero así ha quedado en evidencia tras la reciente mojiganga de la Celac celebrada en La Habana, en la que los gobernantes de la región, uno tras otro (unos por idolatría, otros por pragmatismo, alguno por necesidad, todos con obsecuencia), se sometieron al ritual del besamanos ante una de las dictaduras más longevas del mundo, y convalidaron, sin rechistar, la monarquía comunista de los hermanos Castro, al tiempo que cínicamente suscribían una declaración final en la que  reafirmaban el compromiso de fortalecer “nuestras democracias y todos los derechos humanos para todos”.

Con razón el último informe de Human Rights Watch sobre Latinoamérica alerta sobre el preocupante estado de las democracias en la región. ¿Qué más podría esperarse?  Aparentemente,  tras el arduo esfuerzo por hacer una exitosa transición democrática, América Latina ha renunciado a consolidarse como una zona de libertad en el mundo, y prefiere cohonestar el régimen castrista, como si en Cuba no pasara lo que pasa.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales