ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Lunes, 14 de Octubre de 2013

Límites del derecho

 

Nada  ocurre por casualidad.  No ha sido una casualidad, por ejemplo, que el mismo día en que fue anunciado el otorgamiento del Premio Nobel de Paz a la  Organización para la Prohibición de las Armas Químicas (OPAQ) -ahora encargada, contra el tiempo y la escasez de recursos, de desmantelar el arsenal de Bachar al Asad-, viera la luz también un desolador informe de Human Rights Watch (HRW) según el cual los rebeldes sirios habrían cometido matanzas, secuestros y ejecuciones extrajudiciales de civiles con una magnitud y premeditación que “apunta claramente a que eran sistemáticos y parte de una política que ordena esa clase de delitos”: verdaderos crímenes de lesa humanidad.

Se trata de dos caras de la misma moneda. Por un lado, la distinción conferida a la OPAQ (prematura a juicio de muchos) es de algún modo un acto de fe, un voto de confianza. No tanto quizá en las capacidades de la Organización ni en la exitosa conclusión de su tarea hercúlea, que en poco depende de ella y en mucho de la buena voluntad, si acaso la tienen, de quienes fabrican y acumulan armas químicas; sino en el potencial del derecho para domesticar a la política, para contener el carácter demoniaco del poder (su inmanente tendencia a desbordarse) y limitar las devastadoras pulsiones de la guerra.

Por el otro, las constataciones de HRW reafirman una verdad de Perogrullo:  que en ninguna guerra hay bandos inocentes. Puede que haya reivindicaciones legítimas, levantamientos e insubordinaciones política y moralmente justificables, un razonable y último recurso a la violencia contra la arbitrariedad y la opresión que ejercen los regímenes tiránicos. Hay de hecho, guerras justas. Pero la violencia es una vorágine (remolino impetuoso, pasión desenfrenada, aglomeración confusa), que una vez desatada es prácticamente imposible controlar. Dicho sea de paso: es esa naturaleza peculiar de la violencia la que hace tan complejo el posconflicto, la que explica los riesgos de la recaída en la confrontación y de su reproducción, bajo nuevas y distintas formas, cuando ésta ya ha terminado.

El derecho internacional de los conflictos armados (el ius in bello y ius ad bellum de los clásicos) ha aspirado siempre a sujetar la violencia a ciertos límites y restricciones. Esa aspiración es la que el Nobel de Paz ha reconocido. Pero la capacidad del derecho para hacerlo tiene sus propias limitaciones. La violencia es violencia, por proporcional, justificada y necesaria que sea. Nadie es inmune a sus perversiones, y así lo recuerda, tristemente, el reporte de HRW.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales