ANDRÉS MOLANO ROJAS* | El Nuevo Siglo
Lunes, 18 de Febrero de 2013

Latinoamérica en las urnas

 

Con  los comicios celebrados ayer en Ecuador, y en los que el presidente Correa acaba de ser investido con otro mandato, se ha abierto el calendario electoral de este año en América Latina. Habrá elecciones generales en Paraguay, Honduras y Chile, y legislativas parciales en Argentina.

La regularidad en la convocatoria a elecciones, la certidumbre de su realización, son un síntoma de salud de las democracias y una garantía de que, aunque formal, es condición esencial y necesaria del juego político verdaderamente democrático.  A fin de cuentas, sólo hay democracia allí donde los gobernantes son elegidos para mandatos limitados a través de elecciones periódicas, libres y competitivas en las que virtualmente todos los ciudadanos adultos están llamados a participar.

Libertad, competitividad e inclusión son por lo tanto otras condiciones de validez y legitimidad de los procesos electorales democráticos.  Sin libertad de información, expresión y asociación, no hay democracia (aunque haya, como en Cuba, votaciones). Tampoco la hay en ausencia de competencia política, librada entre partidos y movimientos organizados a través de los cuales se materializan la representación y la responsabilidad política y se canalizan las demandas sociales.  Mucho menos hay democracia allí donde amplios sectores de la población son sistemáticamente excluidos del derecho al sufragio y de los demás derechos vinculados a la ciudadanía.

En términos de democracia electoral es mucho lo que ha avanzado América Latina durante las últimas décadas, desde que empezó a recorrer el camino que lleva de la transición a la consolidación democrática.  En ello jugaron un papel importante (no siempre reconocido con justicia) la Undad para la Promoción de la Democracia de la OEA y las misiones de observación electoral desplegadas por esa misma organización.  No obstante, queda todavía mucho por hacer: inveteradas prácticas de clientelismo y corrupción electoral afectan aún, con mayor o menor intensidad, la transparencia y credibilidad de los procesos electorales; y en años recientes, en varios países de la región, se han deteriorado los indicadores relativos a ciertos derechos, libertades y garantías en ausencia de los cuales cualquier comicio acaba siendo un espejismo nugatorio.

La democracia no es nunca un producto terminado.  Es más bien una realidad performativa, y por lo tanto, siempre perfectible.  No cabe duda de que uno de los instrumentos de constante mejoramiento de la calidad de la democracia son los procesos electorales.  Su repetición hace costumbre y la costumbre hace ley.  Y en ellos sigue teniendo la democracia de la región uno de sus mayores desafíos, pero también una de sus grandes esperanzas.

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales