Una lección regia
La abdicación de la reina Beatriz en favor de su hijo Guillermo, anunciada la semana anterior, parece confirmar cierta costumbre constitucional de los Países Bajos, a saber: que sus monarcas, en lugar de aferrarse al trono hasta la muerte, ceden el testigo a la generación siguiente cuando ha llegado el momento en que la juzgan suficientemente madura y preparada para llevar a cuestas la corona. Lo hicieron así la reina Juliana y la reina Guillermina. Y ojalá lo haga también, con arreglo a la práctica de sus predecesoras, el rey Guillermo Alejandro en unos años.
¿Qué sentido tiene, a fin de cuentas, aferrarse al poder -incluso al puramente simbólico- que encarnan hoy las monarquías? ¿A cuenta de qué prolongarse innecesariamente en el oficio de rey? La prudencia consiste a veces, precisamente, en saber cuándo retirarse, en abandonar con discreción ese lugar que uno ha ocupado hasta entonces en la escena del mundo y dejar que otros vengan a llenarlo. Sin vanidades, sin apegos. Porque a fin de cuentas todo poder corrompe -como decía Lord Acton- y es por lo tanto un alivio moral abandonarlo.
Cuentan los biógrafos que el gran humanista Erasmo de Rotterdam -holandés también, como la reina que en poco se convertirá en princesa-, aconsejó una vez al emperador Carlos I de España y V de Alemania para que renunciara al trono si ocurría que no podía gobernar sobre sus súbitos sin recurrir permanentemente a la guerra y el uso de la fuerza. Y así quedó consignado expresamente en su Manual del caballero cristiano, que en buena hora deberían leer hoy muchos hombres y mujeres dedicados al servicio público. Tal vez en eso pensaba el César Carlos cuando decidió abdicar, repartir sus dominios entre su hermano Fernando y su hijo Felipe, y retirarse al monasterio de Yuste en 1556. La Reforma y la Contrarreforma habían conducido a Europa a las Guerras de Religión que se prolongarían por casi un siglo y quizá en los oídos del Emperador resonaron las admoniciones de Erasmo.
¡Vaya lección regia que harían bien en atender algunos mandamases, menos nobles y menos grandes, en distintos lugares del mundo! Qué gran favor le harían a sus pueblos Bachar al Assad y Robert Mugabe! Qué bien le sentaría a la democracia en Venezuela que Chávez también rindiera crédito a la naturaleza. Qué gran servicio le prestaría a Colombia, también, el expresidente Uribe, si abdicara de una vez por todas de ese poder que ya no tiene pero sigue ambicionando.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales