Sucesión no transición
La falta absoluta de Hugo Chávez como presidente de Venezuela, ya sea como consecuencia de su muerte o del irreversible deterioro de sus capacidades físicas, abrirá en Venezuela un proceso de sucesión, no una transición.
La transición implica el paso de un cierto tipo de régimen político a otro. La transición democrática que completaron en la década de 1990 los Estados latinoamericanos, por ejemplo, supuso la sustitución de regímenes no democráticos (dictaduras militares, autocracias civiles) por sistemas democráticos. Una vez inaugurada la democracia (o en algunos casos, después de recuperada), Estados y sociedades tuvieron que asumir la tarea de consolidarla y profundizarla.
No habrá transición en Venezuela cuando Chávez, más pronto que tarde, desaparezca de la escena y entre a engrosar el panteón de mitos del perfecto idiota latinoamericano (y africano, euromamerto, o de cualquier lugar donde su retórica incendiaria y polarizante, su discurso anti-imperialista trasnochado, su modelo de economía estatizada, su política social asistencialista, y su peculiar interpretación de la historia despiertan la admiración de los ingenuos). Su legado, el chavismo -ese régimen político construido bajo su égida durante los últimos 14 años- está profundamente enquistado en el Estado: controla la Asamblea Nacional, buena parte de la Judicatura, las Fuerzas Armadas, la organización electoral, el poder comunal (una de las piezas clave del diseño constitucional de 1999), y acaba de apuntarse una victoria en las elecciones regionales. Y por otro lado ha capturado amplios sectores de la población para los cuales representa un cierto modo de vida: los más pobres, que siguen siendo pobres a pesar de las misiones cubanas, y los más corruptos, que han medrado en el Ejército o en el seno de la boliburguesía.
En tales condiciones difícilmente podría darse una transición al post-chavismo. Hay tales constricciones, tales intereses creados, que incluso si la oposición llegara al gobierno en las elecciones anticipadas a que hubiera lugar, poco o nada podría hacer, en el plazo inmediato, para liquidar la herencia y fardo del chavismo. Mucho menos ocurrirá así si a Chávez lo suceden los suyos, Maduro al frente y Diosdado tras bambalinas, superando los mutuos recelos y las divisiones que, digan lo que digan, recorren el PSUV desde la derecha militarista endógena hasta el progresismo cristiano-guevarista-bolivariano.
Mientras tanto no queda sino esperar. Hasta que el comandante disponga otra cosa, hasta que Maduro tenga un plan madurado, hasta que no puedan estirar más los plazos ni las interpretaciones constitucionales. O hasta que el buen Dios se acuerde de Chávez. Y de Venezuela.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales