Genio y figura
“¡El día que se acabe mi vida les dejo mi canto y mi fama!”
Diomedes Díaz M.
El frenético periplo vital de Diomedes Díaz Maestre, El Cacique de la Junta, ahora que partió para siempre dejando sin consuelo a su fanaticada, la misma que siempre llevó “del alma prendida”, sí que se puede sintetizar con el adagio popular, genio y figura hasta la sepultura. La música fue su vida, su pasión, su razón de ser y desde bien temprano se entregó a ella con cuerpo y alma, ora como compositor, ora como intérprete o como ‘verseador’, porque dada su versatilidad lo mismo le daba amenizar una parranda o actuar en una tarima como vocalista interpretando con su característico estilo las canciones o improvisando cadenciosos versos, porque fue también gran repentista. Podríamos decir de Diomedes que su vida fue una larga piquería, la constante de su trayectoria artística fue el contrapunteo, cuando no era con los demás era consigo mismo.
Desde niño mostró sus dotes de cantautor y cuanto hizo de diferente a componer canciones y a interpretarlas fue sólo pretexto para desplegar sus atributos de cantante e intérprete. Como se dice coloquialmente en la Provincia de Padilla, Diomedes, dado su origen humilde y las precariedades de su hogar integrado por Rafael Díaz y Elvira Maestre, pasó en su niñez más trabajo que Justo Rojas en Villanueva. Él vivió en paralelo el mismo drama del legendario Leandro Díaz cuando daba sus primeros pinitos como cultor de la música de Francisco El Hombre y al igual que él se sobrepuso a la adversidad gracias a su tesón y perseverancia. Ambos terminaron consagrándose como verdaderos juglares del folclor vallenato, nimbados la gloria y la fama, en el caso de Diomedes eclipsadas por momentos por sus excesos y desvaríos. Estos, a ratos, le merecieron la reprobación y hasta la descalificación por parte de quienes, como afirmó José Martí, en lugar de hablar de la luz del sol no hablan más que de las manchas que tiene.
Diomedes dedicó 40 años de los 56 de su excitante existencia a la música vallenata, la cual transpiraba por todos los poros; fue un autor muy prolífico, pues de las más de 400 canciones que interpretó en su producción discográfica, de la cual se vendieron más de 15 millones de copias, 100 fueron de su propia inspiración. En ello se asemeja a otro grande de la música vernácula, al inolvidable juglar Hernando Marín. Su primer acordeonero fue el Comandante Emilio Oviedo Corrales, su primera grabación en acetato con Náfer Durán, luego lo acompañarían como ejecutores del acordeón figuras tan descollantes como Elberto, El Debe López, el gran Colacho Mendoza, el genial Juancho Rois, el inigualable Iván Zuleta y en los últimos años el magistral Álvaro López. A todos ellos catapultó a su propia cima, la que compartió sin miramientos ni egoísmos porque fue un hombre de alma grande, aunque impetuoso, siempre generoso. Deja Diomedes una gran herencia musical, de una riqueza sin par, ese es su legado para la posteridad.
Qué fatídica coincidencia, el mismo año en que la Parca vino con su guadaña para llevarse a Leandro se llevó también a Diomedes; dos pérdidas irreparables, porque ambas figuras icónicas del vallenato dejan un gran vacío, asaz difícil de llenar por cuanto ellos se convirtieron en únicos e irremplazables. Él auguraba que “la vida fuera estable todo el tiempo”, pero a la postre se convenció, con Pedro Calderón de la Barca, que “la vida es sueño” y así fue la suya. Y al emprender su último vuelo Diomedes tiene que haberse acordado de una de sus composiciones cuando cantaba “mejor me voy, mejor me voy, como hace el cóndor herido”, esta vez rumbo a la inmortalidad de los mortales. Diomedes le confesó al cronista por excelencia Ernesto MCausland la duda que le atormentaba: “si yo supiera que uno sirviera más muerto que vivo, yo me muriera hoy, pero no sé. Ernesto, no sé”. Definitivamente, Diomedes servía más vivo que muerto, pero qué le vamos a hacer, el hombre propone y Dios dispone. ¡Paz en su tumba!
*Ministro de Minas y Energía