Amor incondicional (I) | El Nuevo Siglo
Domingo, 26 de Julio de 2020

Cada vez tenemos mayores comprensiones sobre lo que es el amor como fuerza, que se puede manifestar o no en emociones, sentimientos y pensamientos.  La tarea empieza por casa.

Como seguimos en cuarentena, no sabemos por cuánto tiempo, necesitamos elevar y mantener elevada nuestra frecuencia vibracional para que evitar contagiarnos no sólo del Covid-19 sino de toda la onda del desamor.  Dado que somos energía y todo lo es, entramos en resonancia con lo similar: lo semejante atrae a lo semejante.  Sobre eso podemos albergar aún ciertas dudas, pero la experiencia propia nos puede confirmar que cuando estamos en estado de armonía interior nos suceden las mejores cosas posibles.  Cuando, por el contrario, nos encontramos en desbalance, parece que se nos junta todo, nos llegan las siete plagas de Egipto y si estamos caídos nos siguen cayendo.  El asunto es, pues, de vibración. 

Yo no es que siempre haya vibrado en altas frecuencias vibracionales: en esta experiencia encarnada he atravesado muchas situaciones difíciles, en las que me han lastimado y también he herido; se me han ido las luces muchas veces, por lo que escribo con humildad desde esa vivencia de estar caído, de haberme juzgado y condenado, de haber juzgado y condenado a otros, de haberme autoexcluido en bastantes ocasiones.  Por supuesto esta experiencia no es solo mía, es de los seres humanos como totalidad.  Es por ello que muchas personas, y yo con ellas, pueden dar fe de la transformación que generamos cuando, al resolver asuntos estructurales de desamor, nos permitimos sanar y cambiar el juego.  La clave está en que nos demos cuenta de que todo el tiempo estamos conectados con Dios, que existe una fuerza mayor que nos sostiene y que precisamos solicitar para que se nos dé. Necesitamos pedir apoyo para reconocer el amor como fuerza y comprender que estamos hechos de ello.

Entra en escena el amor incondicional, que en principio ha de ser hacia nosotros mismos.  Amarnos sin condiciones implica aceptar, integrar y trascender toda nuestra historia, con todos los momentos vividos, los que nos gustan y no, los de vibración baja, así como los de alta. Tenemos el derecho y el deber de amarnos a nosotros mismos, algo que lejos de ser un acto egoísta resulta ser la base para amar todo lo que nos rodea.  Cuando nos amamos no solo en el éxito sino también en el fracaso, cuando a pesar de los resbalones y los azotes contra el suelo nos seguimos reconociendo como seres dignos de amor, la vida fluye mejor.  Amarnos sin condiciones no significa alcahuetería, sino la capacidad de enmendar los errores y reconocer que ellos hacen parte del aprendizaje. Ese amor es una tarea inaplazable…