El idioma
El idioma, vocablo de origen latino y griego, según la definición del DRAE es “la lengua de un pueblo o nación o común a varios,” como primera acepción; como segunda nos dice que es el “modo particular de hablar de algunos o en algunas ocasiones.” El idioma español o castellano es una lengua romance de origen latino y griego. Es común a los pueblos de la América Hispana y se habla también como lengua oficial en algunos Estados de EE.UU., Sahara Occidental, Guinea Ecuatorial y en Filpinas. Es la tercera lengua tras el madarín y el inglés, por el número de personas que lo hablan, y la segunda en comunicación internacional después del inglés. Es además uno de los seis idioma oficiales de la ONU y no se diga, es de los más importantes sino el más, de la FIFA. Mención que no puede dejarse de hacer ahora que estamos próximos a la realización del campeonato mundial de fútbol a realizarse en Brasil. Es el único idioma oficial en todos los países de la América Hispana con excepción de Paraguay en donde existen dos idiomas oficiales: el español o castellano y el guaraní. Idioma éste que según el paraguayo Domínguez como “lengua dulce y armoniosa en la cual se conservan más que en otras las onomatopeyas originales, lengua llena de armonías que castigan las flaquezas humanas. Lo formaron el canto de los pájaros, los rumores del viento, pero es reflexiva, calculadora; en su raro poli-sintetismo marcha de otro modo, al revés que en castellano, comenzando, por ejemplo, con el poseedor y acabando con la cosa poseída de aquí que el paraguayo en su traducción mental, torture su inteligencia. Es una dificultad y gimnasia del espíritu”.
No se puede dejar a un lado la extraordinaria tesis de Ortega y Gasset quien dominaba a más de su propia legua, el alemán. En un famoso libro denominado en alemán Glanz und Elend der Überstezung que en traducción libre es “Brillo y Miseria de la Traducción,” con la particularidad de tener una página en español y la otra en alemán, sostiene que el idioma a más de ser la lengua de un pueblo o nación con ayuda de la cual se entienden unos con otros, es la manifestación atávica de un pueblo, que no es otra cosa que la tendencia de los seres vivos, a la reaparición de caracteres propios de sus ascendientes más o menos remotos. De ahí concluye que así como la traducción vierte de una lengua a otra las palabras, es muy difícil concretar en ella el atavismo que va envuelto en las expresiones traducidas. No está entonces descaminada la expresión italiana que dice traduttore traditore.
Si a nosotros, especialmente a los del altiplano, de la misma Colombia de nuestra Gabo nos cuesta trabajo entender en nuestra propia lengua el atavismo presente en su obra literaria, ¿qué les sucederá a los de otras civilizaciones en otras latitudes? Tales reflexiones me surgieron cuando leí en sucesivas entregas de una revista alemana El amor en los tiempos del cólera en una traducción impecable. Todo lo que allí se relata es extraño para los lectores alemanes que la leyeron. Lo cual desde luego no melló la admiración por nuestro Nobel.