Alejandra Fierro Valbuena, PhD | El Nuevo Siglo
Jueves, 12 de Febrero de 2015

Por Bogotá

 

¿Qué  estamos dispuestos a hacer los ciudadanos por Bogotá? Esta es la cuestión que debemos plantearnos de cara a las próximas elecciones de Alcalde de la capital del país. Frente a las propuestas de una posible coalición para contrarrestar la continuidad de los gobiernos de izquierda, que han dejado tanto que desear en los últimos años, la respuesta de los ciudadanos y de los grupos de oposición ha dejado ver que priman en el imaginario el interés personal frente al común.

Es triste constatar que frente a una propuesta como la de David Luna en la que se invitaba al Centro Democrático a buscar una unidad política apoyada en los puntos en común que este partido puede tener con el liberalismo y otros sectores, la respuesta haya sido un no rotundo que nace de un discurso polarizado y emocional.

La propuesta se centró en una invitación a trabajar por Bogotá y por la necesidad de una búsqueda de salidas a las situaciones que agobian a la capital que implicaba poner a un lado intereses particulares. Sin embargo, el discurso político que acompañó el debate de esta propuesta se centró en aspectos que enfatizaban en diferencias frente al proceso de paz, que aunque es de central importancia para el país, no tiene por qué cobijar y acaparar todo el quehacer político. Una capital organizada en la que la ciudadanía recupere su acción y compromiso es mucho más importante para alcanzar la paz que las diferencias ideológicas respecto al modo como negociarla.

La imposibilidad de encontrar dentro de la diversidad de posturas políticas, los puntos en común (que son muchos) con respecto al funcionamiento de la ciudad, nos habla de la primacía de una clase política que sigue pensando en sus intereses personales y que es incapaz de ceder un poco de su poder por el bien de la sociedad.

Para muchos, la propuesta de Luna fue descabellada. No fuimos capaces de ver en ella la invitación a un nuevo modo de hacer política que entre otras cosas abre un camino para salir de los altos grados de corrupción que caracterizan al sector público, pues al plantear un gobierno que recoja diversos grupos de opinión necesariamente disminuirían las cuotas políticas y quedaría abierto el campo para la conformación de equipos de acuerdo con capacidades y méritos.

Tal vez Luna se ha adelantado en el tiempo con su intención. Si somos optimistas, podremos ver en esta y otras propuestas el surgimiento de una nueva generación que se niega a mantener el estilo ineficaz y caduco al que nos tiene acostumbrados la clase política colombiana. Es posible pensar en gobiernos comprometidos realmente con los ciudadanos. Trabajar en equipo a pesar de diferencias ideológicas. Para conseguir este anhelado escenario es necesario en primer lugar un cambio de mentalidad que consiga deponer el individualismo frío e indiferente frente a la configuración de espacios públicos reales, en los que seamos capaces de apropiarnos de nuestra ciudad y en los que descubramos el valor de los demás. Es posible que Bogotá deje de ser la ciudad de nadie y que repunte como modelo de convivencia en la diversidad. Ojalá sigan apareciendo propuestas como estas y ojalá sepamos escucharlas y acogerlas.