ALEJANDRA FIERRO VALBUENA, PhD. | El Nuevo Siglo
Sábado, 10 de Agosto de 2013

Anhelo y aburrimiento

 

Los hombres grises de “Momo”, la expansión de la nada en La historia sin fin son algunos ejemplos literarios que advierten sobre el terrible peligro que para el ser humano feliz, representa el aburrimiento y la rutinización de la vida. Caer en ese indefinible estado en el que pierde sentido la existencia, percibir que poco a poco aquello que antes estaba iluminado por la expectativa y la ilusión, se va sumiendo en una densa oscuridad que paraliza, encarna uno de los más temibles escenarios de la vida humana.

En términos terapéuticos, dicha condición ha sido llamada depresión y si bien ahora es imposible negar su relación con factores bioquímicos, lo que no se ha determinado aún es si éstos son los causantes del estado de ánimo o si son ciertas disposiciones ante el mundo (afectivas) las que causan las reacciones físicas. Es un pez que se muerde la cola. El caso es que esta es una de las grandes dolencias de nuestros tiempos que aun cuando es casi completamente entendida como algo común y  normal, no deja de ser una terrorífica realidad para quien comienza a padecer los síntomas.

Para su comprensión la clave literaria ofrece muchas más pistas que el camino terapéutico, pues apela a la ausencia de imaginación, creatividad y sorpresa como causantes de la invasión de tan terrible mal. La figura de contraste es siempre la de un niño soñador que con inocencia y asombro consigue derrotar la fuente del mal. Dicha fuente es representada por una instancia gris, descolorida, fría, rígida que personifica la rutina, el aburrimiento, la falta de ilusión, la materialización del mundo. El antídoto frente al temible enemigo no es más que el retorno a la infancia, aquel estado de inocencia que permite el asombro y la ilusión.

Este estadio especial de la vida, al parecer, contiene el secreto de la felicidad, pues es la capacidad de anhelar lo desconocido, de imaginar el mundo, lo que mantiene el interés despierto y lo que llena de emoción cada experiencia.

Tal vez el afán por tener todo terminado, por las cosas completas, nos ha quitado el anhelo necesario para vivir con el ánimo alto. Una vida carente de aventura, en la que las respuestas se conocen de antemano y nada ni nadie representa un misterio, en otras palabras, una vida autosuficiente, es el camino más seguro hacia el aburrimiento y la depresión. Esta vida sume al individuo en los abismos de su subjetividad, que de por sí un campo inacabado, inseguro, pero que le obliga a creer que de su individualidad deben provenir respuestas sólidas y acabadas. Nos blindamos frente al mundo y los otros, pero por dentro nos atacan los fantasmas de la subjetividad.

Es justo el mito de la mayoría de edad y la emancipación el que queda en evidencia como una falsa promesa cuando se le confronta con sus actuales resultados, pues lo que queda de aquel desencantamiento del mundo es justo aquel estado de aburrimiento y tedio.

El aburrimiento de la vida, aquel que viene tantas veces con la adultez, se combate con el retorno a la niñez o aquel estado en el cual es posible convertir la realidad en aventura, en sugerencia, en misterio.