Alejandra Fierro Valbuena, PhD | El Nuevo Siglo
Viernes, 19 de Junio de 2015

MANTENER INDEPENDENCIA

Universidad ¿un número más?

Por  estos días se ha dado a conocer el resultado del QS University Ranking para Latinoamérica en 2015. Algunas prestigiosas universidades celebran su acenso con bombos y platillos mientras otras parecen no querer difundir mucho que han bajado dos o tres posiciones en el consabido listado.

Independientemente de los (des) aciertos que hayan tenido las universidades para alcanzar la posición que les corresponde allí, lo curioso del caso es que una institución que se ha caracterizado por ser el pilar de lo humano y a la que se le ha confiado la transmisión del saber, dependa de un modo tan fuerte de este tipo de clasificación.

El afán por encaramarse en el ranking ha tenido consecuencias nefastas en las universidades. Orientar su desarrollo y crecimiento únicamente hacia la satisfacción de los parámetros que dichos ranking utilizan para establecer su clasificación, desvirtúa su objetivo central: el cultivo del saber. Ya el hecho de rendirse ante esquemas de medición que tienen varios problemas desde el punto de vista epistemológico, habla mal de la situación de las universidades.  No es desconocida la alta probabilidad de error a la que se expone quien confía en la estadística por sobre otros factores menos cuantificables pero más reales. Basta sólo con considerar a las personas que forman parte de las universidad, la complejidad de los procesos de aprendizaje y el ejercicio docente e investigativo para que quede claro que cualquier intento por reducir ese mundo a un número en la lista, termina por desconocer lo más valioso de su función.

Si se miran con lupa las variables consideradas para medir la calidad de las universidades saltan a la vista problemas gravísimos pues lo que se considera valioso tiene como única virtud  ser medible. La producción de artículos científicos, por ejemplo, se ha convertido en una obsesión que enceguece de tal modo, que deja de ser importante su contenido, siempre y cuando sea publicado en una revista reconocida por uno de los índex prestigiosos. A este desacierto hay que sumarle que la tan anhelada difusión del conocimiento se está viendo entorpecida por este esquema, ya que la también obsesión por conseguir ser citado, lleva a la creación de guetos académicos cuyos miembros se citan entre si, con el único fin de sobrevivir en este curioso mundo.  Esto, sin mencionar el grave desprestigio que sufren los escritos “de difusión” frente a los de carácter científico. Con esta y otras dinámicas similares, no le queda a la academia más que decir adiós a su fin más preciado: la búsqueda de la verdad.

Hace falta valentía en las universidades actuales para desprenderse de estos esquemas, pues de pertenecer a ellos, claramente, depende su supervivencia.  Sin embargo, aun cuando la presión es fuerte existen maneras de hacer a un lado la dinámica perversa en la que ha quedado atrapada la universidad. Todo depende de que quienes las gobiernan no pierdan de vista el fin que dicha institución cumple en el desarrollo de la sociedad. La universidad debe mantener su independencia frente a las modas que impregnan las dinámicas económicas y de consumo en los países. Le corresponde ir más allá del determinismo de los tiempos pues su vocación es trascender la historia y  guiar, desde su ejercicio, el devenir de la humanidad.