Alejandra Fierro Valbuena, PhD | El Nuevo Siglo
Viernes, 12 de Junio de 2015

SIMILAR A UN REALITY SHOW

Descalificados

Las dinámicas sociales de nuestro tiempo son más parecidas a un reality show de lo que quisiéramos aceptar. De hecho, el sociólogo Zygmunt Bauman sostiene que los realities tipo “Gran Hermano” son una reproducción casi exacta del modo como funcionamos en sociedad en la actualidad. Esto quiere decir que la vida en sociedad se nos ha convertido en una despiadada competencia en la que todas las estructuras están diseñadas para medir el éxito o el fracaso y a partir de ello descalificar a quien no da la talla según el parámetro establecido. El juego consiste, más que en conseguir el triunfo por mérito propio, en lograr que el otro sea descalificado. Se instauran estrategias perversas de supervivencia en las que se vale todo aquello que permita abrirse paso sobre los demás. En este tipo de show no hay múltiples ganadores. Siempre es uno el que debe ser reconocido como triunfador, como superviviente, como estratega de la individualidad. Shows como “El desafío” que además incorpora el esquema clasista tan vigente en la sociedad colombiana, nos da una idea bastante cercana de los ideales que persigue cada uno de los grupos de acuerdo con su bienestar (o malestar) material. Atina al señalar lo azaroso que puede llegar a ser para un grupo estar en una u otra locación, pero por sobre todo deja claro, que si bien el grupo es importante para conseguir un bienestar temporal, las alianzas y la fidelidad para con los otros son algo accesorio que deberá ser sacrificado de modo radical si alguno se quiere erigir como campeón de la competencia.

Toda esta caricatura, que recibe el televidente tan desprevenidamente, no es más que el reflejo y la reafirmación de los principios que hemos decido asumir como sociedad y que, aun cuando no lo aceptemos de modo explícito, hemos pactado tácitamente como modelo e ideal social.

La estructura empresarial, educativa, política y hasta recreativa está apoyada sobre el principio de la competencia y el triunfo del individuo sobre los demás. El objetivo central del trabajo, la adquisición y uso de los conocimientos, el juego y el ejercicio de poder, es no ser descalificado y ver, con satisfacción, cómo los otros se quedan por fuera. La caracterización de quienes somos pasa por el juicio social que determina si somos aptos o no para continuar en el redil.

Lo más curioso de esta dinámica es que no queda claro cuál es el ideal individual que se persigue. No gana quien juega limpio o tiene más fuerza, o es más inteligente. Gana quien ha diseñado una estrategia lo suficientemente oscura como para no mostrar su punto débil y mantenerse hasta el final. En ese empeño se vale todo; más aún, se vale sobre todo, hacer trampa, engañar, traicionar, mentir, hacer creer al otro que hay respeto y amor y después no tener reparo en apuñalarlo por la espalda.

El reality show no puede tener un mejor nombre. Es efectivamente el show de la realidad que vivimos. Obligados a buscar un lugar en ese show, sembrando el anhelo de convertirnos en estrellas de la vida social, se nos ha desdibujado por completo el panorama social en el que somos y vivimos con otros y para otros.