NORMAS DE ORIENTACIÓN
Voto obligatorio
La coyuntura política colombiana está al rojo vivo. Se acerca la segunda vuelta en la que Colombia tendrá que elegir entre los dos candidatos posibles, cual de ellos será el Presidente durante los próximos 4 años. El panorama no es alentador si se tiene en cuenta que en la primera vuelta, aunque alcanzaron la mayoría dentro de los votantes (40% de la población), un gran sector de los colombianos decidió “libre y voluntariamente”, no participar.
Decir que el 60% de la población votante de un país con altos índices de violencia, corrupción, pobreza e injusticia, no quiere elegir, por decisión libre, quién llevará las riendas del gobierno, es una insensatez. La decisión de no votar no responde a un acto libre, pues para actuar en libertad, el primer requisito es entender el tipo de acción y sus consecuencias. Ese 60% de abstención, no nos habla de inconformidad política sino de simple y llana ignorancia.
Así las cosas, era de esperarse que quienes se pelean literalmente el poder hoy en el país, no representen ni la cuarta parte de los intereses de los colombianos. Muchos tendremos que votar en blanco, aun cuando nuestro voto no tenga ningún efecto, para no traicionar nuestros principios y no acudir a votar “con la nariz tapada” contra alguno de los dos candidatos. Estamos frente al acto democrático, menos democrático de la historia del país. Sin embargo, alguno será elegido Presidente y nos esperarán 4 años más de cansancio, apatía, miedo y corrupción.
En el mundo existen 23 países en los cuales el voto es obligatorio. Si se resalta que dentro de estos países están Suiza y Australia, modelos de libertad para muchos, creo que es tiempo de preguntar por qué Colombia no puede seguir por el mismo camino. Muchos argumentarán frente a esta alternativa que obligar a una acción que supone la libertad es absurdo dentro de una democracia. Justo por esa razón es que necesitamos considerar pautas sociales diferentes en nuestro país. Dado que el espacio para el ejercicio de la libertad es claramente limitado en Colombia, ya sea por ignorancia o violencia, es necesario fomentar espacios que impulsen a las personas a ejercer su libertad. Con la obligatoriedad del voto no solo se garantiza que las decisiones trascendentales sean tomadas por todos los electores sino que obliga a pensar en política. En la medida en que el ciudadano es consciente de su papel y de la importancia que su opinión tiene es posible aspirar a un progreso social. Si la regla es la apatía, los procesos sociales están a la deriva y por mucho que nos afecten, no nos sentiremos nunca responsables de ellos.
Crear una conciencia política supone un ejercicio educativo importante. Como todo proceso educativo, este exige establecer normas y reglas que permitan la comprensión de las acciones. En política, Colombia atraviesa su etapa infantil. No somos una ciudadanía mayor de edad porque no tenemos capacidad aún de autonomía responsable. Necesitamos normas de orientación que nos enseñen a ejercer nuestra ciudadanía y nuestra acción política y sólo en la medida en que aprendamos y crezcamos en estos aspectos podremos hablar de democracia y libertad. El cambio que necesita Colombia no es el que ofrecen los políticos ávidos de poder, sino el que la sociedad, desde sus entrañas pueda llevar a cabo.