ALEJANDRA FIERRO VALBUENA | El Nuevo Siglo
Sábado, 2 de Marzo de 2013

Sede vacante

 

“Papa emérito invita a reconsiderar la vida de la Iglesia”

Desde el jueves a las dos de la tarde, hora colombiana, comenzó en la Iglesia Católica el período de sede vacante. Para las generaciones vivas esta situación es ya conocida. El repique de campanas anuncia, desde hace varios siglos, la muerte del sucesor de Pedro y por lo tanto, el inicio del período de discernimiento, por parte del colegio cardenalicio, en el cual, con la iluminación del Espíritu Santo se elegirá al nuevo papa. Esta vez, todo se ha dado de la misma forma, excepto por un detalle: el papa no ha muerto; ha renunciado.

La Iglesia Católica se enfrenta a una situación nueva y del todo sugerente. Que el  vicario de Cristo renuncie a su encargo es algo que no deja de sorprender tanto a católicos como a no creyentes. Aún cuando la renuncia del papa es legítima en el derecho canónico, no figura dentro del imaginario común que sea ésta una posibilidad para quien tiene como tarea guiar a la Iglesia.

La renuncia de Benedicto XVI obliga al mundo entero a hacer un ejercicio de comprensión y reflexión que permita encajar semejante decisión dentro de una estructura mental que tiende a ser fija e inamovible. Con esta acción, el hasta hace unas horas  papa, ha dado en el clavo de lo que la Iglesia y el mundo necesitan: una renovación de conciencia. Para todos es necesario reconsiderar, después de este acontecimiento, qué es la Iglesia y cuál es la tarea que le corresponde.

Bastantes lecciones nos deja Benedicto XIV. Desde su ejercicio académico ha resaltado la necesidad de pensar con profundidad, seriedad y sobre todo, apertura, los temas centrales de la doctrina cristiana y del papel de la Iglesia en el mundo. Muchos han sido quienes, al leerlo y verle en su ministerio, han tenido que tragarse sus palabras sobre su supuesto conservadurismo y radicalidad. Con esta última acción, queda más clara que nunca su apertura y su rechazo radical a cualquier tipo de anquilosamiento de las costumbres y el pensamiento.

Nos invita así, en primer lugar, a reconsiderar la vida de la Iglesia (todos los bautizados) y la necesidad de nutrir intelectualmente la piedad y la fe. Sus encíclicas son ricas en elementos de análisis y argumentos racionales para comprender el valor y la necesidad de una vida iluminada por Cristo. Sin ahondar en las raíces y el desarrollo del pensamiento y la cultura, la vida de fe termina siendo insuficiente y hasta vacía. De lo anterior, hace mucha falta en toda la Iglesia y, hay que decirlo, en aquellos encargados de guiar los rebaños.

Su renuncia, además de heroica y a la vez humilde, sugiere también una línea de interpretación sobre aquello de lo que tanto se ha hablado y especulado: la transformación de la Iglesia. Nos dice que antes de pensar en los temas cliché (sacerdocio femenino, apertura sexual, etc) lo que realmente significa una transformación de la Iglesia, es una renovación de conciencia en cuanto a lo que ella misma es. Alejarse de los juegos políticos y las dinámicas de poder propias del mundo es lo que la Iglesia tiene hoy como tarea. Ojalá el ruido que ha generado su renuncia se transforme para todos en voz guía de lo que está por venir.