De nuevo, el fin del mundo
“Se acerca el fin del mundo”. Como en las caricaturas de Olafo, por estos días nos encontramos con aquel personaje que porta un aviso con la fatal advertencia. En nuestro caso, este personaje ya no es un hippie medio loco al que nadie hace caso, sino que está encarnado en miles de personas que día a día en la red postean información al respecto. En cuanto más se acerca la supuesta fecha del fin, más abundan las referencias publicitarias que aprovechan el evento para vender más. Hasta un canal que se hace llamar histórico ha creado una campaña de expectativa para vender alguno de sus amarillistas programas con la promesa de revelar la verdad a los televidentes sobre lo que en realidad sucederá el día final.
Obviamente, el tema ha desencadenado un sinfín de burlas y chistes. En realidad, el final de los tiempos es algo que, en el común de las personas, está bastante lejos de ocurrir. A excepción de unas cuantas sectas que creen sinceramente en que el mundo acabará, para el resto de los mortales la vida sigue su curso normal. Pensar en el fin del mundo solo tiene sentido en la medida en que ayuda a vender más o permite entablar una conversación irónica y chistosa.
Sin embargo, la posibilidad de pensar en que esto, que conocemos como mundo, está dando claras señales de decadencia y desgaste es algo que no queremos afrontar. Hace un año, en este mismo espacio, había presentado unas reflexiones al respecto. Sin embargo, considero pertinente recordar algunas ideas acerca de la actual situación del mundo.
El médico Alejandro Jadad ha dicho recientemente en una entrevista: “Todos los modelos que guiaron nuestras vidas en el siglo XX ya no funcionan, se han vuelto nuestros enemigos: el sistema sanitario nos enferma y nos mata, el educativo nos embrutece y el financiero nos empobrece". Esta brillante reflexión sintetiza la situación a la que se enfrenta la humanidad en el siglo XXI. Si esta no es señal de que algo necesariamente debe terminar, no sé qué tipo de señal estamos esperando. Sin duda, la crisis social, económica, sanitaria, ambiental y moral es una clara indicación del deterioro de aquello que habíamos considerado como lo propio y adecuado para el desarrollo del ser humano en la Tierra. Esta crisis es ante todo, una crisis epistemológica, una crisis de comprensión. Nos hemos equivocado al intentar descifrar el mundo y la realidad. Lo que pensamos que nos garantizaría progreso nos ha retrasado y degradado. No estamos comprendiendo nuestro papel en el mundo ni mucho menos el sentido de nuestra existencia. Si seguimos viviendo bajo estos modelos no tenemos más horizonte que el de la degradación y la desaparición. Ante esto no tenemos más remedio que reconocer que mucho de lo que hemos asumido como bueno y verdadero, en realidad se ha convertido en nuestra condena.
Así las cosas el fin del mundo es sin duda inminente, ya sea por vía de autodestrucción o porque la humanidad, en un acto de consciencia, decida abrir paso a una nueva forma de comprensión que dé muerte a los modelos que no nos dejan avanzar.