Hipocresías
Esta semana casi me linchan en Facebook porque me atreví a poner en mi muro que ni mis hijas ni yo fuimos habituales de El Chavo, la serie que inmortalizó en México a Roberto Gómez Bolaños, su creador e intérprete, que se transmitió desde 1973 hasta 1980, y se retransmitió hasta la saciedad en Colombia -hasta decolorarse y desteñirse- por los canales locales, regionales, institucionales y por la televisión parabólica, quizás por falta de oferta.
Me parece hipocresía la falsa etnografía y el acercamiento a lo popular desde la burla. La Vecindad, el territorio de El Chavo, no era inocua; para que no me lapiden, hago mías las palabras de Raúl Rojas Soriano, sociólogo e investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), publicadas en El Universal de México: “las situaciones que ocurren entre los personajes podrían parecer chistosas, pero en realidad son un reflejo grave de la sociedad y el programa no aporta soluciones para mejorar la vida social de los habitantes de una vecindad. Al contrario, se les denigra más y más”.
Me parece hipocresía el prurito de exaltación mediática de la miseria; La Vecindad contribuyó a la perpetuación de estereotipos sobre los pobres mexicanos, replicables en nuestro país. El acercamiento al otro desde la falsa ternura, como cuando los niños de once deciden que eskiut o cool pegar ladrillos en El Codito para pasar el servicio social obligatorio.
Me parece hipocresía el dolor de esa pléyade de pobres y desposeídos tras el féretro del autor intelectual de El Chavo; ridiculizados, pobreteados, ninguneados, pordebajeados, convertidos en hazmerreír y exportados como materia prima de chistes fáciles, pareciera que mirar sus miserias en La Vecindad, lejos de menoscabarlos, les permitió hacer catarsis. Como Laura en América, o El Paseo, la taquillera película de Harold Trompetero y Dago García.
Roberto Gómez Bolaños no era Moliere ni Plauto ni Aristófanes. Un buen comediante quizás. La Vecindad que recreó no suscitó ningún cambio social: Polanco sigue siendo Polanco y Tepito, Tepito. Que los críticos de televisión hagan la tarea. Yo no consumo televisión.
Pero la ocasión me parece ni pintada para develar una hipocresía mayúscula: la del estrato seis llorando, no la muerte del ser humano Roberto Gómez Bolaños, dolorosa como la de cualquiera de la especie, sino la del personaje. Plañideras y dolientes, son los mismos que hace 15 días armaron un tierrero porque Petro nos quiere poner La Vecindad, en nuestro vecindario.