Adriana Llano Restrepo | El Nuevo Siglo
Viernes, 27 de Febrero de 2015

Retorno

 

CANSADA  de la perorata palaciega sobre la paz huyo por la séptima y me refugio en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, donde centenas de microfilmes me impiden caer en la tentación de creer en la originalidad de sus propuestas, en la genialidad de sus argumentos.

En La gaya ciencia Nietzsche asegura que no sólo los acontecimientos se repiten, sino también los pensamientos, sentimientos e ideas, una y otra vez, de manera infinita e incansable. Después Zaratustra lo descubre e impresionado, se desmaya. Nunca supo que nuestro país es campeón del eterno retorno de lo mismo.

En medio de los dimes y diretes sobre el proceso de paz, leo: “El país se ha obsesionado con evitar la oposición como si esto fuera la última etapa del desarrollo político. Yo creo que hay tres niveles del pensamiento humano: el primero consiste en matar a la oposición; el segundo, en el cual se estancó Colombia, se traduce en que no hay que tener contrarios sino entregársele a ellos, promediando y compartiendo todo; y el tercero, que en mi opinión es al cual es necesario llegar, es el de convivir civilizadamente con la oposición”.

Me doy cuenta de que hurgo en los microfilmes de la revista Semana del 16 de abril de 1984; es el eterno retorno y estas fueron palabras de Alfonso López Michelsen cuando su partido se debatía entre las ideas de Galán y la posibilidad de Barco en las presidenciales de 1986.

Pienso en Estanislao Zuleta, filósofo peripatético que deambuló como un Aristóteles del siglo XX por las calles de El Peñón en Cali y que un día de 1985 en una de sus famosas conferencias sentenció: “Sólo un pueblo escéptico sobre la fiesta de la guerra, maduro para el conflicto, es un pueblo maduro para la paz”.

Somos tan inmaduros que no aceptamos que el conflicto y la hostilidad son fenómenos constitutivos del vínculo social, acostumbrados como estamos a dirimir a bala la contradicción; tiene razón Marta Lucía Ramírez cuando dice que “los colombianos necesitamos una paz verdadera y no una mera ilusión temporal de paz”; la paz no puede ser la de los sepulcros, como quieren los uribistas, ni la bobería del amor fraternal, como anhelan los santistas, sino una paz racional, democrática que, a la manera de Zuleta, exige sujetos racionales, capaces de preguntar, de disentir. Lo advierte Marta Lucía: “No tragar entero no nos convierte en enemigos de la paz”.