“A nadie se le impide creerse víctima”
EL SEPTIMAZO
Gallinitas
"¡Yo soy la víctima! ¡No, yo soy!” canta Mahmud Darwish en el poema Ta´tadhir ´ammâ fa´alta dedicado a los caídos palestinos y judíos en la Franja de Gaza. No pidas perdón es su traducción al español; repito una y otra vez el verso mientras veo a la fuerza en Noticias RCN las encarnizadas intervenciones contra el proceso de paz y la engolosinada editorial para desnudar sin pudor a las víctimas.
En otros tiempos en este territorio de 1.142.000 km² donde habita un país minúsculo mentalmente, los gamines de la séptima solían decir “a nadie se le niega el doctor”; parafraseándolos, en las postrimerías de 2015 a nadie se le impide su sacrosanto deseo de creerse, decirse, asumirse como víctima.
Y cómo no si el bendito robo de las gallinitas a Manuel Marulanda, alias Tirofijo, nos convirtió a los 49.529.000 de colombianos en víctimas, de entre los cuales un total de 7.712.014 compatriotas están registrados como tales, de acuerdo con la Unidad para la atención y reparación integral a las víctimas.
El proceso de La Habana ha despertado ese prurito tan colombiano de querer ser lo que el otro es y de querer tener lo que el vecino posee; solo que en esta oportunidad la apetencia de los wannabes no son los monogramas a los que acceden gracias a los contrabandistas e imitadores de San Andresito de San José, sino figurar en la lista infinita de víctimas, no importa si para lograrlo tienen que traer a colación a la tía cuarta asesinada o al primo quinto secuestrado o al cuñado predilecto masacrado.
Ese periodismo fatuo les abre el micrófono para que vomiten su presunto dolor y tengan su cuarto de hora como acreedores de los victimarios para que de pronto puedan cobrarlo por ventanilla y ad infinitum como lo han hecho otros parientes de víctimas reales a quienes les seguimos pagando -como a Tirofijo sus gallinitas- con embajadas y ministerios.
Pienso en los deudos anónimos que no replicaron porque para ellos no hubo eco, o porque les sobró la dignidad y el recato de los que carecen las víctimas de postín.
No habrá paz si seguimos regodeándonos en nuestro pasado como víctimas, si no enterramos el dolor y la furia por los caídos y si continuamos buscando réditos en el padecimiento.
“Cadáveres anónimos/ Ningún olvido los reúne, Ningún recuerdo los separa.../ Olvidados en la hierba invernal/. Sobre la vía pública/ entre dos largos relatos de bravura/ y sufrimiento”.