EL SEPTIMAZO
Revolución
“Solo se produce una revolución cuando el mundo puede ser de otra manera”, afirmó un escritor zuriqués casi clandestino en vida, Fritz Angst, muerto de cáncer a los 32 años y desencantado de la existencia perfecta que le tocó en suerte en la muy pacífica Suiza.
Contra todo pronóstico, a pesar de los malos deseos, del escepticismo nuestro, los de la otra mitad, de tanto descreído, de los filósofos apocalípticos, del adagio de ver para creer, el miércoles pasado en La Habana ocurrió una revolución ontológica que depuso tanto ego férreo y encallecido -el institucional y el ilegal-, en aras del bien supremo de la paz.
A la manera de Nietzsche, que fue capaz de subvertir los valores de su tiempo, Santos es revolucionario al ir más allá de los absolutos para que la búsqueda de la paz deje de ser Eterno Retorno y elvalor de la paz, la entelequia recurrente que ha sido desde hace 50 años.
Una revolución la de los negociadores de La Habana que han sido capaces de fundamentar y des-fundamentar el valor de la paz, para desentrañar lo que lo hace valer o no valer, o sea, el valor vivo de la paz, el auténtico Ethos de la paz, no su máscara, no su imagen, no su significante sino su significado: múltiple, diverso, disperso, esquivo.
“Los ciervos no son pobres ciervos y los lobos no son lobos malvados; basta que las bestias coman y sean comidas en la proporción justa”, repito, mientras oigo a Santos prometer que “vamos a lograr el máximo de justicia posible para las víctimas, la máxima satisfacción posible de sus derechos”; y eso es revolucionario, porque ya llevamos medio siglo soñando con practicar el bíblico ojo por ojo, diente por diente, principio jurídico de justicia retributiva llamado Ley de Talión en el que la norma impone un castigo que se identifica con el crimen cometido, para obtener la reciprocidad.
Quizás tenga razón el jefe de las Farc cuando pide “no más odio ni retaliación”. Esto también es revolucionario. Puede que no tenga sentido y que los vengadores y justicieros no estén a gusto sin la horca. Cada cual es dueño de su dolor y de su rabia, ni más faltaba.
Cuando de antemano está todo determinado por el destino, no se puede cambiar nada, no hay necesidad de hacer ningún esfuerzo. Esta paz es revolucionaria, así Santos no sea un santo de mi devoción.
La paz vive mientras funciona.