“No hay desescalamiento lingüístico que valga”
EL SEPTIMAZO
Aparencial
NO hago otra cosa que pensar en Santos y como en la canción de Serrat, “(…) me perdí/ en un montón de palabras gastadas/ (…) y no se me ocurre nada”. Dos hechos aparentemente inconexos y separados por más de una semana revolotean en mi cabeza: su petición de ‘desescalar’ el lenguaje cuando nos refiramos a las Farc y el anuncio de una gira ministerial denominada ‘Estamos cumpliendo’, que coincide con su descenso en las encuestas.
Inconexos solo en apariencia, porque ambos tienen que ver con percepción, imagen y lenguaje; ambos hechos pretenden transformar la realidad, reflejada en un intangible llamado opinión pública, que no es la sordina de los medios de comunicación, sino el eco de las voces callejeras, acalladas cotidianamente, pero potentes para dar al traste con el proceso de paz o con los indicadores de gestión de un gobierno que completa cinco años, pero de acuerdo con el sondeo de La República, tiene fatiga de metal.
Desescalar el lenguaje suena bonito y aunque Santos no lo crea, nos queda fácil, siendo tan falsos como somos y tan dados a los eufemismos; en este país hace rato no se le dice al pan, pan y al vino, vino; inmersos en un lenguaje políticamente correcto, nos hemos vuelto mañosos para expresarnos y hemos aprendido a eludir con suerte y cobardía todo aquello que resulta complicado y nos puede arruinar el día.
Decimos gais en público y maricas en casa; afrocolombianos en el Congreso y negro mal parido en las calles de una Cartagena feudal; lo que hay que hacer es desarmar los espíritus, porque la palabra solo es un efecto y antes de ser dicha es concepto que brota del corazón.
Hay que desescalar el lenguaje con el diferente, con quien disiente, aceptándolo como un legítimo otro en la convivencia, a la manera de Humberto Maturana, porque si no, simplemente estaremos usando la semántica y todo cambio será apariencia.
Como aparencial puede ser esta toma de las regiones motivada por la entelequia de la favorabilidad, que no es la realidad, aunque lo creamos, sino una representación, como en el teatro de sombras.
La imagen es aparencial y no hay desescalamiento lingüístico que valga para que esta se convierta en realidad. Lo que importa es lo fáctico. Y si Santos no imita a Germán Vargas Lleras, pronto tendrá que cantar “lo que soy y lo que tengo/ solo son sombras/ sombras de la China”.