Por Juan Carlos Eastman Arango*
Especial para EL NUEVO SIGLO
La muerte del presidente de Venezuela genera varias emociones, a pesar de que su anuncio era esperado por millones de ciudadanos en América Latina, como un final inevitable. Como suele suceder con los regímenes personalistas, en este caso inspirados en mesianismos laicos, y como ocurre -adicionalmente- con los fallecidos que detentan poder económico y político, el problema no es el muerto sino los vivos que rodean ahora su cadáver y administran su memoria.
Este círculo concéntrico alrededor del caudillo bolivariano es muy amplio, gracias a la forma como ató el destino de su país al personal y a su modelo de cambio nacional: la familia, la nueva élite bolivariana, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), la sociedad chavista, Cuba, los restantes países miembros del ALBA-TCP, sus otros simpatizantes y aliados de coyuntura en América Latina y sus apoyos no hemisféricos tales como Bielorrusia, la Federación de Rusia, la República Popular China, la República Islámica de Irán, el agonizante gobierno de Siria y otros más que, con menor visibilidad e incidencia en las relaciones internacionales, encontraron en la figura, retórica y petrodólares del dirigente de la República Bolivariana de Venezuela una oportunidad para sobrevivir en medio de los reajustes impuestos por el aceleramiento de la globalización, o para afirmar sus nuevas posiciones en la geopolítica planetaria del siglo XXI.
¿Eventual tragedia colectiva?
Tarde, frente a las perspectivas de la continuidad de la revolución, y consciente del final inevitable que le acosaba, se encontró con la primera debilidad y contradicción inherente a estos modelos de cambio: no hay sucesores. Su condición ha anulado y opacado cualquier figuración personal confiable, alterna, complementaria. Algo que podemos apreciar en experiencias de derecha o izquierda, el populismo tiene su mayor vulnerabilidad en la ausencia de construcción de una estructura de poder que trascienda al líder del momento, y pueda enfrentar las múltiples contingencias que padecen cuando la “vida de la nación” es sinónimo de la “vida del dirigente”.
Las imágenes y testimonios recogidos por los medios de comunicación, y en especial, por los medios oficiales de Venezuela mostraron una sociedad que era víctima del “frenesí social” frente a la enfermedad y los rumores de muerte de su presidente.
Una especie de “culto laico” mágico-religioso fue la forma de expresión y participación política de los seguidores de la revolución bolivariana. Infortunadamente para el establecimiento social y político surgido con esta revolución, el presidente Hugo Chávez dejó las semillas de una crisis política profunda, ante la ausencia de “herederos” confiables y legítimos, si no actúan con sensibilidad, cordura y sentido de supervivencia social sus dirigentes y el conjunto de la sociedad venezolana.
La muerte de los caudillos puede dejar “vacíos de poder” altamente explosivos, que nos colocan al borde de formas variadas de violencia política y de una guerra civil, o pueden ser una oportunidad para aprender de que las ausencias sociales del pasado no pueden seguir en la institucionalidad ni en el futuro político de Venezuela.
Chávez, patrimonio venezolano
Hugo Chávez cambió a Venezuela. Más allá de las críticas a su gestión, o a las bondades que muchos otros han encontrado en varias iniciativas económicas y programas sociales propios de la experiencia de la Revolución Bolivariana, Venezuela no será la misma. No hay regreso al pasado.
Los venezolanos han tenido más de una década para reconocer que la sociedad anterior al 4 de febrero de 1992 o a la del “Caracazo” del 28 de febrero de 1989, no debe volver. Saben que Hugo Chávez fue una criatura de la frustración social y colectiva, nacida en medio de la descomposición de la IV República. La popularidad y simpatía que generó no es gratuita: fue el mejor testimonio de una problemática social nacional, de la insatisfacción de millones de venezolanos, del fracaso de sus élites tradicionales.
Sus efectos latinoamericanos también deben leerse en este mismo sentido. La década de 2000-2010 será un referente inolvidable para la historia de América Latina, y Hugo Chávez formó parte influyente de esa experiencia. Por lo tanto, para Venezuela, en primer lugar, éste momento político es solamente el inicio de otra etapa de su historia, en la que una nueva conciencia colectiva de inclusión permita a los venezolanos disfrutar, generacionalmente, de toda su potencialidad y de la riqueza de su hermoso país.
La inteligencia de la oposición será puesta a su máxima prueba. Una oportunidad política inesperada se abre ante sí. De sus declaraciones, de su gestualidad, del tono de sus referencias al pasado y futuro de Venezuela, dependerá su supervivencia. Sus referencias al presidente Chávez serán cuidadosamente escuchadas y evaluadas. Con seguridad, muchos sectores radicalizados de la revolución creerán que la muerte del presidente debe ser seguida de la imposición de censuras, acosos e intimidaciones ejemplarizantes. Las provocaciones seguramente aparecerán.
Si la oposición, fragmentada y debilitada, con algunos de sus voceros atrapados por el pasado, no interpreta el momento social, político y emocional de su país de forma adecuada, perderá su opción como alternativa para los otros millones de venezolanos. Sin embargo, quizás, algunos de sus dirigentes no han aprendido nada durante estos años, si fueran ciertas y se confirmaran algunas denuncias del Vicepresidente Maduro. Lo peor que puede suceder es repetir los eventos golpistas del 11 abril de 2002.
Amenazas a transición y alerta en AL
La tentación del intervencionismo desde el exterior debe ser disuadida o contenida, y los organismos regionales latinoamericanos deben estar alertas para proteger a los venezolanos de los efectos propios de la desestabilización: por ningún motivo quisiéramos una versión de la crisis siria o libia en nuestra región.
La expulsión de dos funcionarios de Estados Unidos, destinados a la agregaduría aérea de la embajada, tiempo antes de que se difundiera la noticia de la muerte del presidente venezolano, es un pésimo indicio de lo que puede venir más adelante. David Delmonico y Deblin Costall fueron denunciados por promover acciones desestabilizadoras entre oficiales activos de las Fuerzas Militares Bolivarianas; según el gobierno venezolano, los mismos oficiales denunciaron la conducta de los agregados estadounidenses. Cierto o no, el reconocimiento de la muerte de Chávez se dio en medio de este clima de sospechas, conspiraciones e incertidumbre, que el Vicepresidente incrementó horas antes con su denuncia de un complot internacional “para inocular el cáncer al presidente Chávez”.
Será usado contra la oposición. Será usado para “blindar” la transición interna entre los diferentes sectores de la dirigencia bolivariana y sus respectivas bases y organizaciones sociales, armadas y no armadas. De momento, crea las condiciones, de acuerdo con el clima social previo o durante los funerales del presidente y las horas siguientes, para el establecimiento de un régimen de excepción con desenlaces insospechados. Las desafortunadas declaraciones de congresistas republicanos en Estados Unidos, a propósito de esta noticia, poco favor le hacen a la oposición y a la recuperación de la confianza en los gobiernos de ese país.
La Constitución, frente a la ausencia total del Jefe de Estado, introduce de hecho cambios en la figuración y responsabilidades políticas en el gobierno: Maduro, Vicepresidente, debe ceder su lugar a Diosdado Cabello, presidente de la Asamblea Nacional. Hugo Chávez ya murió.
Sin embargo una declaración anoche del canciller Elías Jaua comenzó a abrir los interrogantes constitucionales. El funcionario dijo que “ahora –con la muerte de Chávez- se ha producido una falta absoluta, asume el vicepresidente de la República como presidente y se convoca a elecciones en los próximos 30 días. Es el mandato que nos dio el comandante presidente Hugo Chávez".
En medio de esa incertidumbre ahora lo importante es el desafío institucional que enfrentan sus herederos y aliados internacionales, que se convierte, al tiempo, en un horizonte de incertidumbres especialmente para sus países vecinos en América Latina.
*Historiador, Especialista en Geopolítica y analista de asuntos internacionales. Catedrático del Departamento de Historia, Pontificia Universidad Javeriana. Miembro de CESDAI (Centro de Estudios en Seguridad, Defensa y Asuntos Internacionales), RESDAL (Red de Seguridad y Defensa de América Latina), Red Latinoamericana para la Democracia, Caribbean Studies Association, Atlantic Community y ALABC, Australia-Latin America Business Council (Member Overseas).