- La estrecha victoria de los separatistas
- Partido Ciudadanos, fiel de la balanza
El triunfo del separatismo catalán no alcanza a dar, desde luego, para la generación de una república independiente, pero sí para entablar un diálogo abierto y sensato que retorne a las clausulas esenciales el estatuto autonómico del 2006, prácticamente derogado por el tribunal constitucional español en 2010. Ese es el resultado más fehaciente de las últimas elecciones en Cataluña, donde ciertamente, y contra los pronósticos iniciales, los independentistas mantuvieron la mayoría absoluta frente a otras circunstancias, si bien importantes, en todo caso secundarias al resultado global.
Las heridas han sido múltiples y desde luego el gobierno de Mariano Rajoy debe procurar sanarlas a fin de restaurar la resquebrajada unidad nacional hispánica. En esa dirección ha ofrecido iniciar un dialogo poselectoral con las fuerzas ganadoras y preponderantes en el Parlamento catalán, para lo cual obviamente es necesario comenzar por resolver el caso jurídico que ha llevado a la cárcel y al exilio a las principales figuras gananciosas.
No será, por supuesto, fácil entrar por el curso de la sensatez en una región abiertamente polarizada, luego del referendo de hace unos meses y de la aplicación del artículo 155 de la Constitución española, con carcelazos y una acción policial que de algún modo deslegitimó la intervención gubernamental. Se pensó, sin embargo, que el llamado a nuevas elecciones cambiaría drásticamente el escenario catalán. Pero no fue así.
Por el contario, los separatistas se afianzaron, sobre la base de que no cedieron las mayorías absolutas. No vale, para intentar desconocer el hecho político, sostener que bajaron un par de curules o que disminuyó su votación en algunas décimas en medio, a su vez, de un incremento de la participación ciudadana. Así las cosas, la expresión nítida de los resultados electorales consiste, de un lado, en que parte mayoritaria de Cataluña sigue apostándole a la independencia pero, del otro, hay una gran vertiente en ascenso, representada por Ciudadanos, que ha emergido como la plataforma central del unionismo, una vez el Partido Popular sufrió un grave descalabro y las demás colectividades se mantuvieron en su plante tradicional.
La balanza está, pues, en la actitud que vayan a tomar Puigdemont y Junqueras, jefes del separatismo y de la coalición próxima a volver a gobernar. Parecería, desde luego, a ojos del exterior, un desgaste descomunal volver a insistir, ellos, en un referendo independentista, cuando más bien ha llegado la hora de negociar debidamente un estatuto autonómico que congregue la voluntad de todos los catalanes. Un estatuto que, renovado en algunos aspectos desde 2006, pueda congregar, por igual, puntos de encuentro y cohesión en una sociedad tan profundamente dividida.
El excelente resultado de Ciudadanos, en Cataluña, desplazando en parte el eje de la política regional, no debería ser motivo, por el momento, para ir a un voto de desconfianza sobre el gobierno de Rajoy y romper la coalición a nivel nacional que, en buena parte, ha dado cierta estabilidad al régimen español. Pero, desde el punto de vista autonómico y regional, Ciudadanos debe sopesar muy bien su accionar y de tal modo convertirse en el fiel de la balanza para conseguir una Cataluña adecuada a la unidad española dentro de postulados similares al País Vasco.
Lo peor que puede ocurrir es, de nuevo, transitar por el despeñadero de una polarización sin resolver y que a corto, mediano y largo plazos seguirá minando la energía catalana. La política, precisamente, está instituida para encontrar soluciones antes que ser el motivo del conflicto y la sinsalida. Es posible, claro está, que pedir puntos de encuentro, donde ambas partes tengan que ceder, no resulte inmediato en un escenario tomado por la terquedad y el apasionamiento de lado y lado. Pero, dígase lo que se diga, el consenso y el diálogo franco y abierto continúan siendo la única salida viable para solucionar tan difícil tema.
El problema está, ciertamente, en que las elecciones de Cataluña, para la formación del nuevo gobierno, dieron como resultado un respaldo al que se había disuelto hace dos meses, por gajes de aplicar los artículos extraordinarios de la Constitución española. En ello, sin duda, Puigdemont y Junqueras podrían reclamar un éxito, puesto que algunos alcanzaron a avizorar que serían aplastados. Como se dijo, no fue así, pero del mismo modo ambos deben hacer una lectura serena y apropiada para que Cataluña pueda sacar los mejores réditos de una victoria que tampoco tuvo la magnitud suficiente para volver por los fueros del separatismo enconado y paralizante.
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