La misma imagen y casi los mismos protagonistas. Dos meses y medio después, las elecciones catalanas reflejan lo mismo que el tenso octubre de la declaración unilateral: una sociedad dividida en dos. Para conllevar la crisis, la vía electoral perece agotada y la única solución está en un eventual diálogo, insípido, pero que, poco a poco, se va asomando
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EN CATALUÑA, la democracia se lleva en la sangre. No importa de qué lado - independentista o unionistas- se esté. La gente, en una señal inequívoca, votó el jueves pasado, para defender una u otra opción, logrando un 81,95% de participación. Democracia.
Lo que vino después: la mayoría absoluta de los separatistas, la victoria de Ciudadanos, la derrota de Rajoy, son efectos, malos o buenos -depende para quién- del juego democrático. Un modelo que pide, en este momento, diálogo o, al menos, acercamientos.
Tras la participación de más de cinco millones de personas, el partido de centro derecha, Ciudadanos, unionista, fue la primera fuerza política, pero los independentistas, como bloque, quedaron primeros, asegurando la mayoría absoluta en el Parlamento catalán nuevamente.
El panorama quedó igual que antes. Sin desmeritar la subida vertiginosa de Ciudadanos en votos, el Parlamento permanece en manos de los separatistas, que están en prisión o escapados en Bélgica.
No se ve una solución a la vista, por ahora. Desde Bélgica, Carles Puigdemont propuso dialogar con Mariano Rajoy en el exterior, pero el jefe del gobierno español rechazó la iniciativa y dijo que sólo dialogaba con el presidente del Parlamento catalán. Con orden de arresto en España, y fugado, ¿puede Puigdemont ser aquél interlocutor con Rajoy?
Ese diálogo, en caso de que se dé, va ser largo. Pasarán, al menos, años, no meses. Pero hay tiempo para encauzar el desestructurado andamiaje institucional que ha dejado el desafío separatista.
Los conflictos, decía José Ortega y Gasset, hay que reconducirlos, “conllevarlos”. Pese a la clara división de la sociedad catalana, en dos bloques forjados en hierro, la hora de acercar las partes ha llegado. No hay otro camino.
Las partes, luego de dos meses de una calma densa e indeseable, han mostrado que siguen pensando igual. Unidos por el rechazo a la intervención de la región (artículo 155), con políticos en prisión y el espíritu desafiante intacto, los separatistas siguen reivindicando la declaración de independencia unilateral hecha por Puigdemont aquel polémico 27 de octubre. Rajoy y sus asesores, en tanto, no ceden un ápice, y, pese a una derrota abrumadora en las urnas catalanas, reivindican las mismas condiciones, las mismas prácticas.
Inés, la ciudadana
Encauza, conllevar, la polarización en Cataluña es difícil. En las calles de Madrid, casa de la unión española, se habla que, en medio de los extremos de Rajoy y Puigdemont, hay una tal Inés, Inés arrimadas, la líder de Ciudadanos en el Parlamento catalán, defensora de la unidad.
Inicialmente, se creía que el Partido Socialista Obrero (PSOE), segunda fuerza política en España, eventualmente podría liderar un posible acercamiento entre el gobierno de Rajoy y la coalición independentista liderada por Puigdemont. Pero su fracaso en los comicios del jueves no le da la posibilidad de hacerlo.
Más que la posibilidad, la legitimidad, de la que sí goza Arrimadas, que sacó la mayor cantidad de diputados (36). Nacida en Andalucía, esta diputada representa un nuevo aire en el centro derecha catalana y española, con un discurso a favor del estado de derecho y el equilibrio democrático.
Arrimada es, sin embargo, ganadora y perdedor a la vez. Lo es porque, como se pregunta José María Carrascal en el ABC, ¿de qué le sirve a Ciudadanos haber ganado si no puede gobernar?
Aunque la mayoría absoluta, si bien sigue estando en manos de los independentistas, no le quita la legitimidad política que le da a Ciudadanos ser la primera fuerza por la unidad de España en la historia de Cataluña.
Las urnas lo demuestran. En orillas totalmente distintas, el Partido Popular, liderado por Rajoy quien convocó las elecciones e hizo campaña en Barcelona, sólo logró cuatro diputados. Un fracaso. El partido de Arrimadas y Albert Rivera, al contrario, se convirtió en la principal fuerza.
Con pequeños matices, los dos pidieron la intervención de la región después de que los independentistas insistieran en la declaración unilateral. ¿Por qué, entonces, unos ganaron y otros perdieron? Quizá se explica por un tema de formas políticas, de mensajes.
Y el independentismo, qué
El independentismo, una fuerza viva y consolidada, dejó dos meses luego de los comicios del jueves. Uno de ellos es histórico, sociólogo, de raíz; el otro, necesitado de pragmatismo, requiere sindéresis y razón.
En Cataluña el separatismo, a pesar de la intervención y la fuerza la campaña unionista, tiene unas raíces propias muy difíciles de cortar. Parte de los catalanes nacen, crecen y viven con el anhelo de independizarse. Y cada vez que los llaman a las urnas, responden.
Esa respuesta, sin embargo, no es tan grande como Puigdemont y Oriol Junqueras dicen. No todos, como dicen estos líderes, quieren la independencia de España. No todos se oponen a la monarquía y ven al rey Felipe IV como una imagen añeja que reivindica tiempos dictatoriales.
Esa es la paradoja de los independentistas: el no todos. O, en resumidas cuentas, la falta de legitimidad democrática. En Cataluña hoy la mayor fuerza política propone todo lo contrario a sus ideas y desea la vuelta de la legalidad y el Estado de Derecho, modelo golpeado en estos últimos meses.
Los independentistas dicen que la legitimidad democrática se basa en la mayoría absoluta lograda en las elecciones. Esto es verdad, pero también es mentira.
Es cierto que, al tener más de la mitad del Parlamento, pueden tomar las decisiones conforme a sus propuestas políticas, como la declaración unilateral. Pero también es cierto que esas mayorías no son lo suficientemente representativas -son muy pequeñas- para invocar que la política, en ocasiones extraordinarias como esta, está por encima de las normas.
El desconocimiento de esta realidad ha llevado a que los independentistas se tapen los ojos y digan que el sentimiento antiespañol es general en Cataluña. Esta afirmación es tan antidemocrática, como la acción del gobierno español de impedir la votación el 2 de octubre en el famoso día en que la Guardia Civil golpeó a los electores.
La antidemocracia, por tanto, domina a Rajoy y a los independentistas. España pide a gritos política para desenredar el atolladero de la estigmatización, la ley por la ley y los sesgos nacionalistas.
El arte de la política
Tras los resultados del jueves, Mariano Rajoy abrió la posibilidad del diálogo. “Haré un esfuerzo por mantener un diálogo con el gobierno que salga de estas elecciones, pero también haré un esfuerzo para que la ley se cumpla”, dijo.
El doble mensaje del jefe de gobierno se puede leer de otra manera: negocio, pero no con Junqueras o Puigdemont, preso y fugado. Esta condición, en un momento tan complejo, parece ser una gran piedra en el zapato ante una posible negociación, pues el partido de Puigdemont, Junts pel Sí, se convirtió en la primera fuerza independentista, dándole más fuerza (lo siguió Izquierda Republicana, de Junqueras).
Desde el exilio, Puigdemont le respondió al mandatario “es la hora de la política, no puede ser que la gente se exprese y que los políticos no encontremos la manera de hablar. Y para eso reconocer la realidad es indispensable".
El diálogo suena de lado y lado. Pero antes, falta saber qué va pasar con Puigdemont y Junqueras, ambos candidatos, cuyos partidos siguen a la cabeza del independentismo. ¿Pueden ser candidatos a la presidencia del Parlamento desde la cárcel o el exilio? En caso que sí, ¿se pueden posesionar? ¿Cómo?
En una declaración el viernes, Puigdemont dejó claro que sí se va postular. “Si soy presidente, tendré que entrar en el Palau de la Generalitat. Y tendrán que salir de la cárcel el vicepresidente y los consejeros”, dijo.
Otra cosa distinta es que, como dice el catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Barcelona, Joan Vitró, al periódico ARA, Puigdemont pueda ejercer sus funciones plenamente. El independentista, salvo que un tribunal le revoque la orden de captura que pesa en España, sólo haría el acto simbólico de posesionarse y perdería la posibilidad de ejercer su cargo.
En Cataluña, el escenario electoral parece agotado. El resultado, luego de meses de polarización, sigue siendo casi el mismo. Las partes, entonces, deben reunirse. Llegar acuerdos. Buscar, bajo el visto de bueno de Rajoy, la aprobación del Estatuto Autonómico de Cataluña, el origen de todo esto.
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