Objetivamente, al Presidente casi le queda imposible no ir por un segundo mandato, pues el escenario le es favorable y, más importante aún, no se ve rival fuerte a la vista. Ya tiene el cuartel general de su campaña y sólo queda por establecer cuál será el impacto del proceso de paz, que será en paralelo a la puja proselitista. Análisis
“… Para evitar suspicacias, quiero en esta misma ocasión decirles que sí deseo, clara y firmemente, que las políticas que hemos promovido continúen más allá del 7 de agosto de 2014”.
Esas palabras del presidente Santos el viernes pasado se constituyeron, quiéralo o no, en el banderazo para la campaña reeleccionista, por más que el propio Jefe de Estado haya agregado en su declaración que “…con la misma claridad les digo que seré respetuoso de las reglas de juego y por lo tanto no tomaré ninguna decisión formal sobre mi futuro sino hasta la fecha indicada en la Ley 996 de 2005, es decir, seis meses antes de las próximas elecciones presidenciales. Solo entonces será oportuno comunicar de manera escrita y solemne la determinación que finalmente adopte. Mientras llega ese día me dedicaré exclusivamente a llevar adelante la tarea de gobierno para avanzar en la construcción de un país más justo, moderno y seguro".
El escenario
¿Buscará Santos un segundo mandato? Esa pregunta que ha centrado la expectativa política el último año ya parece tener una respuesta más clara.
Pero antes de entrar en el fondo del tema, es necesario precisar que así el viernes el Primer Mandatario sólo haya dicho que quiere la reelección de sus políticas y ejecutorias de Gobierno, pero dejó para noviembre una decisión en torno a su propia candidatura, es claro que si no estuviera pensando en lanzarse entonces le habría dado el guiño a Vargas Lleras, puesto que no tendría lógica política ni electoral alguna demorar ese respaldo, más aún cuando el uribismo ya tiene seis precandidatos presidenciales en campaña, el Polo designó desde el año pasado a Clara López como su carta y el uribismo quiere forzar consultas internas en La U y el conservatismo.
Y es que es claro que este banderazo reeleccionista, que difícilmente puede considerarse indirecto, tiene entre sus objetivos primarios evitar que los partidos de la coalición de Unidad Nacional puedan pensar en iniciar precampañas internas.
¿Por qué? Sencillo, al notificar Santos que quiere la reelección está señalando a liberales, conservadores, La U, Cambio Radical y los Verdes que deben entrar a definir ya si acompañarán de entrada la campaña reeleccionista o, en su defecto, iniciarán campañas internas para escoger precandidatos o candidatos que vayan a la primera vuelta en mayo de 2014, en donde tendrían que vérselas con el Presidente-candidato.
Como se dijo, en el fondo, la jugada de Santos -que bien podría haber únicamente anunciado la salida de Vargas y Mesa y no decir nada sobre reelección- va encaminada a cerrarle el paso a la estrategia del uribismo de tratar de forzar en los partidos de La U y el Conservador que se cite a consultas internas.
Aunque ambos niegan estar haciendo el papel de ‘caballos de troya’, sería apenas ingenuo desconocer que el apoyo del expresidente a las precandidaturas del senador Juan Carlos Vélez, que pertenece a La U, y la de la exministra Marta Lucía Ramírez, en el conservatismo, implica que si ellos oficializan su deseo de competir por el tiquete presidencial en cada una de esas colectividades, entonces se complicaría la posibilidad de que esos partidos acojan por aclamación o por una consulta popular interna o congreso extraordinario la aspiración de Santos a un segundo mandato.
Desde el viernes pasado ya todos los cinco partidos de la coalición de Unidad Nacional quedaron notificados públicamente de que la Casa de Nariño está buscando la continuidad y cualquier movimiento o pronunciamiento que los dirigentes de esas colectividades hagan en cuanto a pedir candidato propio o consultas internas entre precandidatos, será leída como en contravía del interés del Presidente-candidato.
¿Sorpresa?
De otro lado, es evidente que el Jefe de Estado sí quiere permanecer en la Casa de Nariño y para ello hará uso de una herramienta que no creó él sino su antecesor: la alternativa de reelección inmediata presidencial.
¿Decisión sorpresiva? No. En realidad, sería ingenuo desconocer que por más que la Constitución señale que el mandato dura sólo cuatro años, a partir del momento en que esta reforma se aprobó (en 2004 mediando el escándalo de la yidispolítica) los periodos de mandatarios en Colombia se convirtieron, en la práctica, en lapsos de ocho años, con una obligada refrendación popular al término del primer cuatrienio. En otras palabras, cuando hoy un Presidente jura en el Solio de Bolívar, en el fondo lleva implícita ya la intención de quedarse dos periodos en el poder.
En segundo lugar, el propio Santos considera tanto en su fuero íntimo como en el balance de gestión de gobierno que se merece la oportunidad de ir por un segundo mandato. No de otra manera se puede interpretar que en su calculado discurso del viernes en la mañana, para anunciar la renuncia del ministro Germán Vargas Lleras y el secretario general Juan Mesa, así como la aspiración reeleccionista de sus políticas, la parte central de su intervención estuvo centrada en hacer un recuento de las principales ejecutorias en sus casi tres años de gestión y ponerlas como la justificación objetiva a su intención de quedarse otro cuatrienio en la Casa de Nariño.
No siendo, entonces, sorpresiva la decisión de Santos de ir por un segundo periodo y estando claro que lo hace porque él considera que lo ha hecho bien y podría hacerlo aún mejor, surge un tercer elemento que sustenta porque quiere la reelección.
¿Cuál? Sencillo: el nivel de riesgo no es alto sino que podría calificarse de aceptable. El Presidente tiene hoy índices de favorabilidad que oscilan entre el 45 y el 55 por ciento. Las encuestas evidencian que la calificación de la gestión de su gobierno está por encima del 50 por ciento y que si bien hay rubros como desempleo, seguridad y otros en donde se le castiga, esas evaluaciones no difieren mucho de las que tenían al promediar el tercer año de sus mandatos otros presidentes.
Lo cierto es que siempre hay desgastes por la dificultad de arreglar rápidamente problemas de orden estructural (pobreza, desigualdad, desempleo, inseguridad urbana…) que no se pueden ocultar y los sondeos de opinión así lo reflejan periódicamente.
A todo lo anterior se suma que la Casa de Nariño apuesta a que al finalizar este primer semestre y más en el segundo, la imagen y calificación del Gobierno aumentará por cuenta de programas de impacto social, como la entrega masiva de las cien mil casas gratis, cuyo impacto político y electoral será determinante, sin duda alguna.
En otras palabras, sin importar el nombre del Jefe de Estado, cualquiera que estuviera en la Casa de Nariño y tuviera los mismos guarismos que hoy ostenta Santos, no dudaría en lanzarse a buscar la opción de repetir.
No asoman…
Adicional a todo lo anterior debe tenerse en claro que, en perspectiva, no lanzarse a la reelección sería un error para el Presidente, puesto que si algo han demostrado las encuestas es que, a hoy, no hay rival fuerte que le compita tú a tú en la puja por ser el inquilino de la Casa de Nariño a partir del 7 de agosto de 2014.
Los sondeos, en su gran mayoría, coinciden en que no hay competidor con posibilidades reales de vencer al Jefe de Estado. El que más alto llega en las encuestas es el propio Vargas Lleras, quien ha insistido en que si el Presidente va por la reelección, lo respaldará. Si bien el saliente ministro de Vivienda continúa como el “Plan B” de Santos, todo hace indicar que no será candidato en 2014 y tampoco irá como fórmula vicepresidencial.
Entre los precandidatos del uribismo, el que más alto figura en las encuestas es el exvicepresidente Francisco Santos, pero está muy lejos de los guarismos de Vargas y más aún del propio Presidente. El propio Vice Garzón, si se lanza Santos, queda inhabilitado para postularse por su propia cuenta.
Igualmente, ya está descartado que el gobernador de Antioquia, Sergio Fajardo, vaya a renunciar, en tanto que Clara López, candidata del Polo, no pasa el 10 por ciento en los sondeos. La posibilidad de una tercería en cabeza del movimiento “Pido la palabra” o de Progresistas, como lo impulsan dirigentes como Antonio Navarro, también sigue en el aire.
A ello se suma que el segundo elector en 2010, el excandidato presidencial Antanas Mockus (que logró más de tres millones de votos) no asoma por ninguna parte, aunque siempre hay que esperar alguna movida de última hora.
Como se ve, si hay algo que empuja a Santos a buscar un tercer mandato es que, simple y llanamente, no hay rival fuerte a la vista. Claro, al menos por ahora…
Paz y campaña
Y, por último, debe reconocerse que, en sana lógica, la continuidad del Ejecutivo es clave para que el proceso de paz que se está adelantando entre el Gobierno y las Farc pueda llegar a buen puerto.
Por más controversial que ello sea y sin esconder que hay aquí un claro aprovechamiento proselitista de la negociación con la guerrilla, ya el país está montado en un proceso de paz que poco a poco parece ir evidenciando que esta vez no habrá marcha atrás.
Es más, no son pocos los analistas que consideran que a diferencia de anteriores ocasiones, en donde las expectativas estaban puestas en cuándo las Farc sacarían alguna excusa o perpetrarían una acción de guerra para levantarse de la mesa, ahora, en las negociaciones en La Habana, esa posibilidad no se ve cercana.
Incluso, los mismos analistas sostienen que la seriedad (que se comprueba en la Mesa por la dosis alta de realismo que tienen algunas de sus exigencias) con que están actuando las Farc en La Habana, evidencian que ellas mismas están convencidas de que llegó la hora de un acuerdo de paz y, por lo tanto, lo que deben buscar es ganar lo más posible en la negociación y, sobre todo, en cuál será su papel y garantías después de entregar las armas.
Así las cosas, por más que el Gobierno sostenga que los tiempos de este proceso “no se miden en años sino en meses”, es claro que lograr un “acuerdo de paz definitivo para el final del conflicto” (que es el objetivo primario de esta negociación) no se alcanzará en noviembre o diciembre como plazo máximo. Y ello es más evidente si se tiene en cuenta que se está negociando bajo el modelo de que nada está acordado hasta que todo esté acordado.
Los tiempos del proceso no se pueden apresurar tanto como para que en noviembre o diciembre ya esté listo el acuerdo definitivo de paz que, además, deberá someterse a un proceso de refrendación popular, es decir que en las urnas los colombianos tendrán que definir si avalan o no los cambios, reformas y gabelas en materia de representación política y flexibilidad judicial que se están negociando en La Habana.
¿Cuándo podría estar listo el acuerdo de paz? Esa es una pregunta muy complicada, si se tiene en cuenta que la Mesa se instaló en noviembre, comenzó a funcionar en diciembre y hoy, casi cinco meses después, todavía no se ha logrado un acuerdo sobre el primer punto de la agenda, referente a políticas de desarrollo rural.
Se supone que esta novena ronda de negociaciones que comenzó la semana pasada en La Habana ya debería haber humo blanco sobre ese primer punto, al menos eso manifestaron por separado las delegaciones del Gobierno y la guerrilla días atrás, pero de allí a que efectivamente se logre ese primer consenso hay mucho trecho.
¿En 5 meses?
Pero, incluso, si antes de terminar mayo se lograra superar este primer punto (desarrollo rural), aún quedan pendientes otros cuatro no menos complejos y en los que, de entrada, las posiciones de la guerrilla y el Estado son muy lejanas.
Por ejemplo, el segundo punto se refiere a las “garantías para el ejercicio de la oposición política y de la participación ciudadana”. En otras palabras, cómo podrán las Farc entrar a hacer política una vez entreguen las armas.
Este es quizá uno de los aspectos más complicados de la negociación. De entrada, por ejemplo, habrá que decidir si los cabecillas de las Farc que están acusados por delitos de lesa humanidad pueden ser elegibles al Congreso o pueden llegar al mismo por cuenta de circunscripciones especiales de paz. Las críticas crudas del uribismo en torno a que se está negociando una salida de impunidad para la guerrilla así como la controversia entre el Fiscal y el Procurador alrededor de cuánta justicia se puede sacrificar en pos de alcanzar la paz, evidencian la dificultad que encierra este segundo punto.
Y después habrá que abordar otro no menos complicado: “el fin mismo del conflicto armado”, que en palabras del propio Santos incluye la dejación de las armas y la reintegración de las Farc a la vida civil, junto con todas las medidas del Gobierno para dar garantías al proceso de terminación.
Y qué decir del cuarto punto, nada menos que el narcotráfico, que es el ‘combustible’ del conflicto. Y, por último, pero no menos importante, lo relativo a los derechos de las víctimas. Aquí, para sólo dar un ejemplo de la complejidad que tendrá la discusión, baste con decir que la subversión se niega a reconocerse como victimaria y, por ende, a aplicar los principios básicos de la justicia restaurativa: verdad, justicia, reparación y garantía de no repetición.
Como colofón de todo lo anterior, debe tenerse en cuenta que el proceso de paz tiene tres fases: la exploratoria, que ya se cumplió el año pasado. Luego viene la de negociación (en la cual apenas se está en el primer punto de los cinco de la agenda) y una tercera: implementación simultánea de todo lo acordado, con las correspondientes garantías y mecanismos de verificación y participación ciudadana.
Como se ve, pensar que todas estas discusiones e instancias se podrán cumplir en apenas cinco o seis meses, resulta sinceramente ingenuo y lleva a una conclusión imposible de ocultar: habrá campaña electoral con proceso de paz paralelo.
¿Entonces?
Visto todo lo anterior es evidente que la campaña reeleccionista ya comenzó y será imposible detenerla. Ya hay un cuartel general, que será la Fundación Buen Gobierno, que tendrá al frente no sólo al que se proyecta como el jefe de debate, que es Vargas Lleras, sino que también entrará allí el general (r) Óscar Naranjo, quien se perfila desde ya como la más segura fórmula vicepresidencial de Santos en los comicios de 2014.
¿No va más Angelino Garzón? Todo parece indicar que, como él mismo lo había dicho, no será “fórmula de nadie” el próximo año. Por ello, pese a ser el exgobernador valluno uno de los dirigentes políticos con más favorabilidad en las encuestas, su reemplazo posible por Naranjo como segundo a bordo iría encaminado a la estrategia lógica de replicarle al uribismo la reiterada crítica de que este Gobierno aflojó en materia de seguridad.
El ex director de la Policía no necesita presentación, es un personaje de dimensión nacional, un símbolo en materia de lucha contra las mafias y, dado que Santos quiere asumir como propias las banderas sociales, entonces tener a Naranjo como vicepresidente enviaría el mensaje de que se trabajará más para reducir la inseguridad urbana, que -al disminuir la incidencia del conflicto armado- se ha convertido hoy en el principal dolor de cabeza de la ciudadanía, sobre todo por el microtráfico y el auge de las Bacrim.
Y, como colofón, es evidente que al tener al ex alto oficial e integrante de la comisión negociadora de paz gubernamental en la orilla santista, se evita que pudiera ser tentado por el expresidente Uribe, quien lo tenía en la mira dado que su abanico de precandidatos presidenciales no pega en las encuestas.
¿Qué va a pasar ahora? Pues que la campaña electoral presidencial arrancó y será imposible meterla al congelador. Ya no hay marcha atrás.
Por lo pronto, se ve que el uribismo y el Polo, en paralelo a una profundización de su campaña proselitista, tratarán de enfilar a los entes de control para que vigilen al detalle que Santos, de aquí a noviembre, no utilice la gestión de gobierno con enfoque proselitista, algo que es muy difícil de evitar (pues ya todo el país lo ve como Candidato-Presidente en ciernes).
Los partidos de la Unidad Nacional, a su turno, abocarán ahora sus procesos internos para tratar de hacerlos lo menos engorrosos posibles y allanar así el camino hacia un respaldo a la reelección, de forma tal que se pueda negociar lo mejor posible en materia de cuotas de poder y énfasis programáticos.
Así pasarán los meses y sólo día tras día se podrá despejar el único interrogante que queda pendiente en todo este escenario: ¿el proceso de paz empujará o hundirá la opción de Santos de ir por un segundo mandato?