Por Alberto Abello
Don José Ortega y Gasset, en escrito memorable en el cual estudia la personalidad política del conde de Mirabeau, se refiere al revolucionario y dice: “el revolucionario es la inversa de un político: porque al actuar obtiene lo contrario de lo que se propone. Toda revolución inexorablemente -sea ella roja, sea blanca- provoca una contrarrevolución. El político es el que se anticipa a ese resultado y hace a la vez, por si mismo, la revolución y la contrarrevolución”. Mirabeau o El Político, pag. 36. Revista de Occidente, 1974.
Vamos a seguir esa reflexión del pensador español en sentido distinto al que él deriva en su estudio sobre Mirabeau, para plantear que Simón Bolívar se juega como revolucionario y contrarrevolucionario para llevar a cabo lo que se propone en cuanto a socavar el Imperio Español, derrotar las fuerzas realistas, declarar la guerra a muerte, liberar –inicialmente- a Venezuela y la Nueva Granada; e intentar, como contrarrevolucionario, crear un nuevo orden, que no es el orden republicano al calco, sino que parte de su pensamiento democesarista.
Y, digámoslo claramente, Bolívar no se anticipa al resultado, no lo conoce como militar ni como político, le corresponde vivir las sucesivas etapas de la crisis política en Venezuela, en la Nueva Granada, en Hispanoamérica y en la misma España, para ir avanzando según las circunstancias. Por una sencilla razón: él mismo, inicialmente, no tiene noción de estar abriendo nuevos caminos ni de la honda repercusión que habrá de tener su visión del mundo, que se forma de sus impresiones de Venezuela y sus recorridos por Europa, como criollo aristócrata y acaudalado, que pretende, como los hombres del Renacimiento, autoeducarse, autoformarse y avanzar en la universalidad. Tal vez piensa solamente en manejar sus bienes, en vivir, puesto que no estaba hecho para la intriga, para medrar en las Cortes ni buscando dignidades en Caracas.
¿Predestinado?
En cierta forma Bolívar no vislumbra aún su destino. Así a posteriori sus biógrafos piensen que estaba desde joven al tanto de su glorioso destino. No hay tal, los datos que se conocen de su paso por Madrid, París, Londres y otros lugares de Europa muestran a un joven que se divierte y consume libros de los grandes autores de los tiempos antiguos y del momento, con la desesperación de querer saberlo todo de primera mano.
Bolívar no se propuso ser un agitador de asambleas, ni un dominador de las mismas, tampoco un demagogo de los que surgen en las urbes europeas o entre los revoltosos parisinos que piden la cabeza del Rey y la nobleza, ni de los que se reproducirán en Hispanoamérica con la Independencia. Sabía que las Asambleas son necesarias, pero les tenía cierta repugnancia. Las podía instalar pero no solía quedarse a sus deliberaciones. Son memorables sus intervenciones en los congresos de Caracas, de Angostura, de Cúcuta, de Bogotá, de Lima… sin que nadie lo encuentre entre los politiqueros que transan sus propuestas o negocian los votos para sacar adelante su opinión. No va a Ocaña, donde se juega el destino de la Gran Colombia, pero sigue a distancia desde Bucaramanga las deliberaciones. En carta a Wilson se lamenta del triste papel del defenestrado Vicepresidente que le busca casa y comida a los delegados a la Convención de Ocaña, para capturar su voto y que despacha, desde la Comisión de Credenciales que preside, para buscar anular la credencial de los partidarios del Libertador más valiosos.
Y en este punto volvamos al texto de Ortega y Gasset, cuando plantea que para Mirabeau -ese gran político y noble francés, del que algunos consideran que era el único capaz de contener, desviar o reorientar a las masas para evitar que se desencadenara la Revolución Francesa- “vivir era responder inmediatamente con un acto de excitación que del contorno recibía. Reflexiona después de hallarse fuera de sí, comprometido en la acción. En quien no es impulsivo el pensamiento precede el acto; es decir: se hace cuestión del acto mismo, anticipándolo en forma de idea. Eso trae consigo que el acto no se decida y ejecute, sino en cuanto ha sido aprobado… Como las relaciones entre las ideas son muy complicadas, el no impulsivo, el reflexivo, decide casi siempre no actuar. Mirabeau no se hacía cuestión de sus actos, sino después de hallarse en ellos, y su pensamiento atendía solo a perfeccionar su ejecución. Segundo, el activismo. Consecuencia de la impulsividad es que se necesite constantemente la acción. Como Mirabeau decía de sí mismo, solo podía viviruna vida ejecutiva. Vivir para él no es pensar sino hacer. ¿Qué? Lo que se pueda, raptar una dama, arreglar las salinas del Franco-Condado, ya que está en la cárcel cerca de ellas. Escribir farsas a la señorita Julia, atacar a los agiotistas, reprimir motines, organizar el Estado y, si no puede otra cosa, copiar, copiar páginas de libros. Todo menos soñar; es decir: imaginar que se hace algo sin hacerlo. Almas así sienten profunda repugnancia a esa suplantación del acto que es su imagen e idea, su espectro”. Pág. 37. Mirabeau o El Político.
Inquietud febril
En Bolívar tropezamos con ese ardor, con esa inquietud febril por la acción que destaca a Mirabeau. Bolívar toma resoluciones súbitas, viaja y se mueve por el mundo a grandes sancadas. Pierde grandes sumas en el juego o en diversiones. Cuando tiene un plan, quiere pasar a la acción de inmediato. En Madrid se enamora y pretende casarse de al momento, lo que le viene bien para cumplir de pasada a los 17 años con la cláusula testamentaria del pariente Aristigueta, que lo hace heredero en tanto se case. Es verdad que ya tiene la fortuna de sus padres, más el mayorazgo de su pariente, el presbítero Doctor Don Juan Félix de Aristigueta y Bolívar, no es de despreciar. Se trata de la casa solariega en Caracas, en la esquina de Las Gradillas, diagonal a la Plaza Mayor, y tres haciendas de cacao, cerca de San Francisco de Yare, actual Estado Miranda, con sus respectivos esclavos y servidumbre. Es decir, haciendas, casas, señoríos y diversos negocios.
Como sostiene Marius Andrés, en referencia a Bolívar: “Se trata de un patricio, de un gentilhombre del antiguo régimen, de un caballero por cuyas venas corre a torrentes la sangre de cien conquistadores; de un despabilado e inquieto oficial, siempre presto a sacar la espada de su vaina. Interpelado en la calle por unos aguaciles (en Madrid), con tonos algo ásperos, cae sobre ellos y los habría partido de un tajo de no intervenir la muchedumbre. Es un verdadero Quijote, pero sin ridículo; un Juan Tenorio; en los salones las mujeres no tendrán miradas sino para él”. Marius Andrés, “Bolívar y la Democracia”. Editorial Araluce 1924, pág. 33.
Y los testimonios de la época presentan a Bolívar como un excelente espadachín ambidiestro con las pistolas. Y es bien conocido su retorno a Venezuela con su amada esposa, con la que se retira a vivir en idílico amor en la hacienda de sus mayores, en la que ella fallece al poco tiempo de forma prematura e inesperada... El impacto doloroso de su pérdida lleva al joven viudo inconsolable a viajar de nuevo a Europa.
Y lo curioso es que ni las más bellas damitas europeas logran enamorar al caraqueño, ni de momento consigue reemplazar a su mujer por otra entre las bellas que trata o seduce. Será la acción, el sumergirse en el proceso independentista y la violencia que se desata en Venezuela, lo que contribuye a restañar sus heridas y, en cierta forma, a devolverle el sosiego, en medio de la crisis que se desata por la invasión de Napoleón a España y la acefalia de poder en el seno del Imperio Español en América. Pareciera que la turbulencia y el acre olor a pólvora actúan como un bálsamo para aliviar su dolor, cuando principia a obsesionarse con los asuntos de Estado.
A diferencia de Mirabeau, no improvisa, no cambia de proyecto súbitamente y no vende sus ideas. Lo que le impide derivar en demagogo. En realidad la curiosidad lo hace indagar por la cultura, en cierta forma de manera espontánea y vertiginosa; dado su talento, devora libros y tesis, conversa con sabios y legos, le interesa la visión de Humboldt, de sus maestros, así como la de Miranda y las hazañas de Napoleón lo conmueven. Trasnocha en consulta y dialogo con los textos y personajes de la historia universal. Y se detiene a indagar sobre la gloria.
Bolívar se destaca en los primeros días de los balbuceos independentistas de Venezuela, sin ser la primera figura, le aventajan otros. Miranda es un personaje legendario cuyo nombre figura con honores en el Arco de Triunfo, de París. Se reconoce en el precoz Bolívar la vocación irreductible por la Independencia. Por su contacto con el manejo de las haciendas, la explotación de las minas y exportación del cacao a Europa, entiende que desde el punto de vista económico el modelo autárquico español no le conviene y ya se quedó caducó. Las tesis inglesas del comercio libre lo seducen, simpatiza con el pre capitalismo.
Los influjos
En la formación de su criterio se refleja el influjo francés, esa lógica cartesiana. Maneja con fluidez las tesis de Montesquieu que, como él, estaba influido por el derecho político inglés y el análisis de sus instituciones. Está imbuido del exagerado estilo romántico literario a la francesa, tiene la tendencia a exagerar y abultar los hechos con su verbo. Es un orador nato, hasta en las cartas de amor que escribe tienen la fuerza de la espontánea oralidad y elocuencia. Como afirma con tino José Gil Fortul, “tiende a dramatizarlo todo, junto con la propensión a la misantropía”. Historia Constitucional de Venezuela, Tomo I, pág. 207. Berlín 1907.
La Junta Suprema de Caracas lo asciende a Teniente Coronel en 1810, por ser de los pocos mantuanos con formación militar, que obtuvo como teniente de las tropas locales del Rey de España. Su intervención de 1811 en la Sociedad Patriótica de Caracas da a conocer su penetración política y la convicción para conmover a un auditorio. En ese mismo año, se destaca en campaña como edecán de su tío político, el marqués de Toro. Ya se vislumbra ese poder electrizante de la palabra que conmueve a los suyos, pero que cobrará más influjo con el tiempo, cuando se concreten sus proezas políticas y militares. Por ahora, debe competir con otros más eruditos, más audaces con la palabra o de mayores merecimientos e influjo natural en la población, por los cargos que han ocupado u ostentan. Tiene varios roces con el precursor Francisco de Miranda, que se rodea de oficiales franceses, al que admira y del que espera libere a Venezuela. El experimentado general desconfía del ardor y los ímpetus del caraqueño, con serias reservas le confieren el mando de la plaza de Puerto Cabello. Y al perder éste bisoño y valiente oficial la Fortaleza, se derrumba la defensa de Venezuela. Bolívar le envía un reporte explicando la desgracia de Puerto Cabello, dejando a su arbitrio las medidas a tomar, entre tanto se corre la voz que Miranda defecciona. Miranda estaría negociando la capitulación con Monteverde. Algo impensable dada su trayectoria y pericia. Bolívar pasa del derrumbe emocional a la ira. No se equivocaba del todo Miranda, del que Napoleón había dicho que tenía el corazón de un Quijote, su subalterno lo pone preso. Ese es un momento crucial en la vida de Bolívar ¡Quien lo creyera! Se insubordina y captura a su general y amigo de Londres, al jefe de la revolución. Este hecho, que es juzgado de diversas formas por los historiadores, puede ser considerado como el primer gran acto de su gesta contrarrevolucionaria.
Nuevos aires
Abandona Venezuela al poco tiempo de la entrega del desgraciado general Miranda a los españoles, que le facilitan el pasaporte por esa razón, acción que obedeció a un ímpetu de furia súbita e incontenible, de los que tuvo varios memorables explosiones en su vertiginosa carrera militar y política. Y del que nunca se arrepintió. Como no se arrepentirá de mandar ejecutar a Piar, que intentó levantar a los pardos en un esfuerzo por imponer la oclocracia revolucionaria. Pasa un par de días en Curazao y de allí parte a Cartagena.
Es en Cartagena en donde aflora en el famoso Manifiesto, el ideario de un Bolívar que discrepa del pensamiento afrancesado liberal, que inicialmente tanto le atrae pero que había contribuido a la anarquía y el derrumbe de la Primera República de Venezuela, junto con el sistema federal que abomina para Hispanoamérica. Sistema federal que habría de ser fatal para la Nueva Granada.
En sus ideas contrarrevolucionarias lo confirma la dura experiencia en la que por poco pierde la vida en su intento de liberar a Venezuela y la confrontación con los pardos y las hordas sedientas de sangre adictas al Rey, que siguen a Boves como su caudillo. Al no poder dominar la revolución, en dos oportunidades es expulsado de Venezuela. Lo que lo confirma en sus planteamientos contrarrevolucionario y su discurso libertario, desde entonces proclama la libertad de los esclavos y la redención de los humildes que lo sigan y se incorporen a su Ejercito, a partir de ese momento se opone con elocuencia y en un esfuerzo cíclope a la revolución, se trata de consagrar el cesarismo democrático. Ninguno como él contribuye tanto a la movilidad social. En sus diversos proyectos constitucionales defiende la Presidencia vitalicia, lo mismo que el Senado hereditario, el poder moral y la creación de un Estado fortalecido que evite la anarquía y las guerras civiles que avizora en el curso del siglo XIX. Como contrarrevolucionario consigue la solidaridad popular, la de los soldados y los elementos de orden, sin lograr domesticar a los nostálgicos de la Revolución Francesa y el modelo federal de los Estados Unidos. Como contrarrevolucionario se ocupa de elevar el nivel cultural y espiritual de la población y convierte el Ejército en una Universidad, hace generales a elementos de origen humilde y evita que los criollos sean expulsados de Hispanoamérica, como pasó con los colonos de Haití y en otras regiones del mundo. Promueve la mezcla de razas. Crea la Gran Colombia e intenta unir en el Congreso Anfictiónico de Panamá los pedazos dispersos del Imperio Español, así como consagrar el orden con la modernización de las instituciones en la última Constitución que escribió para Bolivia, que rigió en ese país y en el Perú y que no alcanzó a entrar en vigencia en Colombia, puesto que los esclavistas se oponen en forma solapada a la misma, dado que abolía de manera automática esa práctica. El localismo y la miopía de los políticos de entonces no les deja entender la grandeza de su proyecto y la muerte se lo llevó antes de consagrar los ideales contrarrevolucionarios que le habían dado estabilidad, unidad y gobernabilidad a la región, que se desgarra en la mediocridad de sus sucesores, las guerras civiles y gobiernos despóticos.
Y los que tengan alguna duda del carácter contrarrevolucionario del gran hombre, con repasar los hirsutos ataques de Carlos Marx, entenderán que dado su odio concentrado contra las clases superiores y su extraordinaria inteligencia, intuya y combata la naturaleza contrarrevolucionaria del Libertador Simón Bolívar.