EL impresionante triunfo del nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, se refiere particularmente a que logró hacerse escuchar y representar a aquellos que no tenían voz. Intentó ser el vocero de las mayorías silenciosas y logró concitar una gigantesca cantidad de política a su alrededor, hasta el punto de derrotar no sólo al Partido Demócrata, sino igualmente a muchos sectores del Republicano, tal vez en la campaña más barata de la historia reciente de ese país.
Muchos son los puntos por los cuales se dio el triunfo del primer empresario estadounidense en llegar al solio de Washington. Pero uno en particular que resume buena parte del tema está, ciertamente, en el malestar por la globalización. En ese sentido, Trump logró hablarle a los Estados Unidos profundo, es decir, a aquella parte del territorio generalmente desaprensiva de la política pero que ha visto sus intereses personales particularmente afectados por la expansión de un sinnúmero de tratados de libre comercio. Fue, en tal sentido, la voz del cambio frente al continuismo de Hillary Clinton, en efecto, el gran derrotado.
Bajo la consigna sencilla de “Volver a hacer grande a Estados Unidos”, Trump cautivó a la mayoría de electores mientras que toda la prensa liberal y gran parte de las cadenas de televisión se pusieron abiertamente en su contra. La diferencia conceptual estuvo, básicamente, en que para los demócratas y muchos analistas, Trump era la crisis, mientras que para los electores fue el denunciante, el que puso en evidencia la crisis y propuso resolverla.
Hay, por supuesto, una gran diferencia. Falta ver, claro está, los mecanismos que puede utilizar el mandatario electo para unificar a los Estados Unidos pero, a no dudarlo, cambió el mapa electoral por completo y permitió poner el foco de atención en Washington, las corruptelas y la ineficacia de algunas instituciones norteamericanas. Para nadie son secretas, ciertamente, las dificultades en el sistema de salud, la muy mala situación de la educación pública y la rampante inseguridad en las calles. Pero aún más allá de ello está el tema de la aplicación de las políticas públicas y de la eficiencia del Estado para responder a la gente. Todo cambio, desde luego, produce temor a la vez que esperanza. Los grandes transformadores de los Estados Unidos llegaron bajo un hálito de expectativa, el mismo que deberá enfrentar y superar Trump. Por lo pronto, también cuenta con los otros resultados electorales de ayer, igualmente inverosímiles, en cuanto a tener las mayorías republicanas tanto en el Senado como en la Cámara de Representantes. Eso le permite promover rápidamente una legislación en el propósito de lograr sus principales metas, por ejemplo la rebaja de impuestos prometida y la modificación de los énfasis de los rubros presupuestales.
Desde el punto de vista de la política exterior, Trump es una verdadera incógnita. Por lo pronto, ha dicho claramente que su objetivo es concentrarse más en los problemas internos que en los de afuera, un poco volviendo a la política aislacionista que tuvo Estados Unidos antes de la Segunda Guerra Mundial. Prometió acabar rápidamente con el problema del ‘Estado Islámico’, sin haber publicado la fórmula. Pero, a su vez, dejó en claro que los servicios militares y de seguridad norteamericanos en el exterior no serán gratuitos, ni aún para los aliados europeos, refiriéndose por supuesto a las diferentes fuerzas castrenses desplegadas por todo el orbe. Habrá que esperar quién será el Secretario de Estado, no obstante dejó rodar varios nombres, de modo general, en los agradecimientos a su equipo de campaña esta madrugada.
Trump ha dicho, a su vez, que no lidera un partido sino un movimiento. Semejante circunstancia es prácticamente inédita en la política norteamericana tanto en cuanto significa que no responde ante el Partido, sino directamente a sus electores.
De hecho, fue impresionante en los resultados constatar cómo Trump volteó estados tradicionalmente demócratas. Incluso, no solo tuvo una gran exposición electoral en los estados donde ganó, sino también en aquellos en donde perdió por escaso margen. Ello salvo por California y Nueva York, su lugar de origen, donde Hillary Clinton recibió un respaldo abrumador.
Será normal decir dentro de los análisis correspondientes que los Estados Unidos salieron divididos tras la elección, particularmente entre las áreas urbanas y rurales, un poco de la misma manera que ocurrió en el Brexit del Reino Unido, situación que también tiene cierta tendencia en Europa.
Aunque Trump ha sido acusado de misógino, sexista y de otras consideraciones, se espera que todos esos señalamientos no tengan recibo durante su Presidencia. De suyo, no hubo tan grandes diferencias ante Clinton, como se vaticinaba, en cuanto al voto femenino o latino. El triunfo del candidato republicano en Florida así lo demuestra.
Lo cierto es que la victoria republicana en toda la línea, a través de un “outsider”, genera una gigantesca responsabilidad. Al mismo tiempo el tema muy sensible de la inmigración entra al orden del día y será imposible resolverlo sin los demócratas.
Dicen que Donald Trump es impredecible. El problema estuvo no en ello, sino en que sus críticos no creyeron lo que decía, pero las mayorías, en las urnas, sí lo hicieron. Falta ver ahora cómo volverá a hacer grande, otra vez, a Estados Unidos.