Las cosas en Egipto cada vez son más graves. La respuesta del Ejército para despejar dos campamentos en El Cairo, donde se concentraba la protesta de seguidores del depuesto presidente Mohamed Morsi, derivó en matanza de más de 600 personas y miles de heridos. Los partidarios de los Hermanos Musulmanes y de Morsi han dicho que no los pueden acabar a todos, y no se van a callar. El golpe militar de hace algo más de un mes provocó una profunda polarización entre simpatizantes del mandatario derrocado y quienes no quieren un régimen de orientación religiosa, en un país que desde los gobiernos de Nasser, Sadat y Mubarak se había ido “occidentalizando”.
Es también un desafío para la ONU. El secretario general, Ban Ki-Moon, se pronunció para condenar de manera enérgica la barbarie en Egipto. Rechazó uso de la fuerza contra los manifestantes. Se refirió en forma enfática a la violencia. Lo que está pasando en Egipto es en extremo complejo por los ingredientes religiosos, políticos y el papel del Ejército. Reto formidable para la ONU y su Secretario General lograr en escenario tan caldeado que cesen los enfrentamientos y evitar una eventual guerra civil.