Agitación | El Nuevo Siglo
Viernes, 2 de Diciembre de 2022

Hace poco más de dos décadas, el historiador británico Niall Ferguson advirtió que, más que al “eje del mal” -expresión acuñada por el presidente George W. Bush al fragor de la “guerra global contra el terrorismo” desencadenada a raíz de los atentados del 11 de septiembre de 2001-, había que ponerle atención al “eje de la agitación” que, por aquel entonces, se estaba fraguando en el mundo.  A diferencia del “eje del mal”, definido por la malevolencia de sus miembros, el común denominador del “eje de la agitación” era la inestabilidad.  Una inestabilidad que, a su juicio, encarnaba un auténtico “nuevo y grave peligro” que no debía subestimarse.

Corría 2009.  A ojos de Ferguson, la crisis financiera global aportaba el ingrediente final de la receta -que venía ya preparándose- de una de las combinaciones geopolíticas más letales posibles:  volatilidad económica, desintegración étnica, e imperios en declive. “La era de la agitación comienza ahora” –concluía-. Dos años después, el orden político y social de Medio Oriente era sacudido por la Primavera Árabe y por la arremetida feroz del autodenominado Estado Islámico.

Acaso aquello era solamente el preludio de lo que ahora está ocurriendo y de lo que podría suceder en los próximos años, en una geografía cada vez más extendida, a medida que la misma receta se cocina con otros ingredientes, entre ellos, los condimentos típicos que dan un sabor específicamente nacional a las variaciones de lo que, en esencia, no deja de ser un único plato.

Durante las últimas semanas las protestas en Irán y China han ocupado largos minutos al aire y portadas enteras. Otros ruidos han sido menos sonoros, pero no por ello son deleznables para quienes los oyen (desde hace mucho más que las últimas semanas) en Paquistán, en el Sahel, en Haití y en Cuba. Ruido también hay, ahora mismo, en Gran Bretaña y Canadá, e incluso en Estados Unidos (donde no ha cesado desde aquel 6 de enero, aunque se haya puesto -quién sabe por cuánto tiempo aún- como en sordina).

El incremento del costo de vida y el estancamiento económico, la pérdida de medios de subsistencia (como consecuencia de diversos factores, pero cada vez más relacionada con el cambio climático), severas y recurrentes disrupciones en el mercado de materias primas, hambrunas y megacatástrofes naturales, crisis energética, erosión de la cohesión social y resquebrajamiento de los acuerdos políticos fundamentales, insostenibilidad de los sistemas de seguridad social, desencanto juvenil generalizado:  no hay ningún país del mundo donde no se presente alguna amalgama de estos elementos. 

La tormenta perfecta para la agitación perfecta, que no distingue entre democracias y regímenes no democráticos; entre países de ingreso alto y aquellos de ingreso medio o bajo; entre norte y sur, oriente y occidente; entre una “civilización” y las otras.

 Quizá sí haya, empero, una distinción: la que marque la respuesta de las democracias liberales a la agitación, por contraste con las reacciones -de libreto y desenlaces tan conocidos- de los regímenes no democráticos. Y tal vez, de esa distinción dependa, en buena medida, el futuro. 

*Analista y profesor de Relaciones Internacionales