“¡Y bien vividos!” (I) | El Nuevo Siglo
Viernes, 18 de Septiembre de 2020

El mes pasado, el viernes 21, encontré interesante artículo del P. Alfonso Llano Escobar, en su periódico “El Tiempo”, pues allí, con justa razón, lo acogieron por varios años, “como en su casa”. Volviendo a la sencillez de su infancia, y, dando testimonio de gran inocencia, celebraba haber llegado a 95 años. Fue nueva la salida de este sacerdote, después de periódicos silencios impuestos por sus Superiores Religiosos a quienes atiende como obsecuente súbdito de su comunidad, la Compañía de Jesús. A propósito, y como se auto presentó en libro suyo en el 2.008, era “feliz vivencia de su fe”, no la sencilla “del carbonero” sino una “fe fruto a su crítica” cuando tenía 83 años, libro que ha sido objeto de discusión entre Teólogos y feligresía católica.  

A raíz de ésto me he acordado de algo que sucedió en torno al cumpleaños de una sencilla monjita, que llegó a los 91. Aconteció que para celebrar ese hecho, las Religiosas jóvenes prepararon elegante torta, y, en lugar de colocarle el número 91, pusieron graciosamente 19. Ante esa felicitación, la festejada advirtió: “agradezco su amabilidad, pero son 91, y bien vividos”. Qué seguridad y qué sencillez la de esta monja y la de este Doctor Llano con varios títulos universitarios, seguramente “base de su fe critica” pero quien, con alguna humildad, coloca ante la misericordia y bondad divinas, para que, purificadas de las imperfecciones de las cuales solo una creatura humana estuvo totalmente exenta, según nos ha enseñado y aceptamos, los que hemos asumido una fe no tan analizada. 

Estaba aludiendo a lo anterior, pues aunque el P. Llano tiene gran certeza de su plena vida, en 34.765 días, de  encuentro y unidad  con Dios Padre, siguiendo los pasos de un S. Pablo, entregado totalmente a la misericordia divina, pero recordando a cada momento: “trabajo con cuidado la propia salvación” (Felip. 2,12). Tenía presente, siempre, el mismo Paulo que: “llevamos este tesoro de vida unida a Dios en recipiente de barro, para que aparezca que esta fuerza extraordinaria es de Dios y no de nosotros” (II Cor. 4,7).  Agregaba, también, algo para profunda reflexión: siento que mi conciencia nada me reprocha, más, no por eso, quedo justificado, pues mi  Juez es el Señor (I Cor. 4,7).  Entre otras frases habla el Apóstol de caminar en el amor, pero, con santo temor de Dios, presenta su experiencia al decir: “corro no a la aventura, sino que golpeo mi cuerpo y lo esclavizo, no sea que habiendo evangelizado a los demás, resulte yo mismo descalificado” (I Cor. 9,26-27). 

Al iniciar estas líneas para compartirlas fraternalmente con el P. Llano, y sus lectores, no creí que afluyeran tantas expresiones sagradas para reflexionar en un Dios que es  Padre prudente y bondadoso, que pone en guardia a sus hijos y les advierte que es también Juez que exigirá cuenta de la totalidad de las virtudes, que son el camino estrecho para llegar al cielo, como castidad, pobreza y obediencia, que ofrecen expresamente cumplir los Religiosos, entre ellos los Jesuitas. (Continuará). 

*Obispo Emérito de Garzón 

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