En defensa de la ciencia ficción | El Nuevo Siglo
Imagen cortesía Alejandra Ruiz
Domingo, 23 de Agosto de 2020
Gabriel Ortiz Van Meerbeke

A pesar de ser un género literario menospreciado en ciertos círculos intelectuales, la ciencia ficción nos sumerge en otras galaxias y puede llegar a mostrar quiénes somos realmente.

Una de las profesoras más iluminadoras que he tenido, Giselle von der Walde, solía repetir vehemente en su curso de Tolkien que “la fantasía es literatura del primer orden”. Lo hacía porque en la academia, la fantasía es considerada una expresión menor del mundo literario: literatura escapista para adolescentes que aún no han leído libros serios. Sin embargo, en esa clase entendí que tanto El Hobbit como El Señor de los Anillos son herederos de las grandes épicas como Beowulf o La Odisea

Creo que ese argumento debería extenderse a la ciencia ficción. Para empezar, ambos  tipos de literatura inventan universos radicalmente distintos al nuestro. En ellos se puede viajar en el tiempo o volar sobre dragones, y desde esa distancia imaginaria, nos permiten interrogar la realidad. Los Desposeídos de Ursula K. Le Guin es una novela contundente que llega incluso a ser un tratado político. Se trata de un físico teórico que decide romper el aislamiento de su colonia anarquista, ubicada en una luna distante, para poder perfeccionar sus teorías científicas con los académicos del planeta enemigo. Es una historia que logra, al mismo tiempo, hacernos cuestionar el anarquismo, el capitalismo, el socialismo y la tiranía, a la vez de situarnos en otro sistema planetario. Puede que sus personajes estén a millones de años luz pero no dejan de iluminar nuestra cotidianidad.  

Por otra parte, la riqueza visual de estos universos literarios los convierte en un campo fértil para el séptimo arte. No es casualidad que uno de los primeros clásicos del cine El Viaje a la Luna de Georges Méliès se haya inspirado en las novelas de Julio Verne y H.G. Wells; o que Nosferatu, a pesar de ser una adaptación no autorizada de la novela de Bram Stoker, todavía sea un referente ineludible para los cinéfilos. También está 2001: Odisea del Espacio, una de las películas más ambiciosas de Kubrick, que se basó en un cuento corto de Arthur C. Clarke, una de las voces más importantes de la ciencia ficción. Además, una de las series más vistas, Juego de Tronos es una adaptación de la saga fantástica Canción de Hielo y Fuego escrita por George R. R. Martin. Sospecho que el éxito de estas producciones cinematográficas, más allá de sus efectos especiales, radica en la calidad narrativa de las historias en las que se basaron. Porque para la fantasía y la ciencia ficción el cliché es cierto: los libros -casi siempre- son mejores que sus películas.

El poder de esos géneros literarios radica en su capacidad de contestar una pregunta engañosamente sencilla: ¿qué pasaría si…? La diferencia es que se alimentan de mitologías distintas para encontrar respuestas creíbles: la una recurre a la ciencia y tecnología, mientras que la otra invoca a seres fantásticos. Para ponerlo en términos iconográficos Drácula es la fantasía, Frankenstein la ciencia ficción. Estas dos historias clásicas nos confrontan con nuestros demonios pero usan mitos opuestos. Mientras que el conde de Transilvania está basado en un personaje histórico y representa el miedo atávico al canibalismo; el monstruo en la novela de Mary Shelley no es la criatura compuesta por diferentes partes humanas, sino el científico que la creó. Drácula es un ser diabólico, pero el doctor Frankenstein desata un infierno con la tecnología de su momento.

En todo caso, esta es la tesis de Ursula Le Guin quien afirma: “Toda ficción es metáfora. La ciencia ficción es metáfora. Lo que la diferencia de formas más antiguas de ficción parece ser su uso de metáforas nuevas, extraídas de elementos que dominan nuestra vida contemporánea: la ciencia, todas las ciencias y dentro de ellas el relativismo y la perspectiva histórica”.[1] Es más, Le Guin sostiene que este género no es, como mucha gente cree, una extrapolación de las condiciones presentes para tratar de adivinar el futuro. En este sentido, la ciencia ficción “no es predictiva, es descriptiva”. Para ella, esta forma de contar historias es más como un experimento científico donde la trama se desarrolla modificando un elemento particular de nuestro mundo.

Los variables con las que juega la ciencia ficción pueden ser las leyes físicas como la dirección del tiempo o avances tecnológicos, como la Inteligencia Artificial o la posibilidad de viajar más rápido que la luz. Lo importante en todos estos casos es describir cómo serían y qué haríamos en esos universos, y no tanto tratar de imaginar el futuro. Incluso, hay autores de ciencia ficción que alteran el pasado como Philip K Dick quién en El Hombre del Castillo imaginó qué hubiera ocurrido si los nazis y el Imperio japonés hubieran derrotado a los aliados en la Segunda Guerra Mundial.

Estos universos ficcionales tienen el reto adicional de su credibilidad, ya que para ser consistentes e independientemente de la variable que se cambie, es esencial que sus creadores sepan realmente de qué están hablando. Como diría Isaac Asimov, una eminencia del género: “en la ciencia ficción, no solo debes conocer tu ciencia, también debes tener una noción racional para modificar o extrapolar esa ciencia”. A diferencia de las novelas históricas en donde hay espacio de maniobra porque en el fondo es imposible saber qué dijeron o pensaron los personajes del pasado, la ciencia ficción es más rígida porque una vez se establecen las variables del experimento mental, no se pueden volver a modificar sin traicionar al lector. Esto requiere tanto de imaginación como de rigor científico.

Como en cualquier otra expresión artística hay escritores mediocres dentro de este género que usan la ciencia como un mero recurso narrativo. También hay autores que logran investigar hasta las últimas consecuencias lógicas una pequeña alteración de nuestra realidad o que nos muestran las posibilidades y peligros de nuevas tecnologías.

En contadas ocasiones incluso, hay obras maestras en mundos paralelos. Si no me creen, lean la colección de cuentos El Zoo de papel y otros relatos de Ken Liu que nos sumerge en universos borgianos en los que se exploran amores imposibles en naves espaciales, las ramificaciones éticas de una máquina del tiempo y la naturaleza de los libros en diferentes planetas. Todo esto con un lenguaje tan sencillo como elegante. En otras palabras: literatura del primer orden.

 

*Filósofo de la Universidad de los Andes y latinoamericanista de la Universidad de Texas.