Ignoto | El Nuevo Siglo
Martes, 10 de Agosto de 2021

Creo que todos nos solidarizamos con Simone Biles porque, justo al empezar los Olímpicos, se atrevió a confesar que tiene problemas mentales.
En términos generales, la sociedad occidental se ha caracterizado por estigmatizar al enfermo mental, así que una catarsis global como la inducida por ella, fomenta dos tendencias.
Primero, la de un ejercicio colectivo de depuración e higiene mental que nos permite a todos, al unísono, explorar los miedos, frustraciones y delirios.
Y segundo, la de una convocatoria a la responsabilidad individual y colectiva ante el trastorno mental.
Ya no en clave anti siquiátrica, como lo agitaban algunos ilusos en los 70, sino todo lo contrario, en torno a la psiquiatría compasiva y amigable para superar los traumas y desajustes químicos con serenidad y suficiente certeza empírica.
Certeza que solo se logra ensayando, descartando y balanceando medicamentos, unos más prometedores que otros, de acuerdo con las exigencias de cada organismo.
En otras palabras, desmitificando las dolencias mentales para asumirlas en la misma dimensión con que se interpreta y se gestiona un padecimiento gástrico u ortopédico.
Con todo, hay otra forma de ver el problema que, con tanto arrojo, nos señala y desenmascara Simone Biles.
Más allá de los fármacos, del Manual DSM-5, o de la ICD de la OMS, existe un potencial (casi siempre adormecido o, mejor aún, ignoto) que podríamos esforzarnos en descubrir y explorar a fondo para garantizar la integridad psicológica, la fortaleza interior y, si se quiere, la mismísima fe.
Es lo que, por su parte, nos muestra Caeleb Dressel, el nuevo talento de la natación mundial: uno mismo puede ingeniarse, o desarrollar métodos (autárquicos, podría decirse) para controlar los detonantes del desajuste mental.

“… Entiendo que la gente quiera compararme todo el tiempo con Michael Phelps porque estamos en un mundo de comparaciones; pero, para mí, esos juicios son irrelevantes”.”
… No quiero ponerme al nivel de LeBron James, pero, en el basketball, a él le ocurre lo mismo con Michael Jordan.  Lo que pasa es que cuando yo enciendo la tele, ¡lo hago para verlo a él!”
“… Me da igual si es, o no es mejor que Jordan.  Lo importante es que todo lo que él hace me parece increíble.  Entonces, ¿qué más da si es, o no es mejor que el otro?”

Lo cierto es que, al enfocarse en esta simple pero profunda estrategia, a Dressel nada lo paraliza.
Y en vez de centrar su atención plena en los demás, goza intensamente lo que hace, confía en sus capacidades y fortalece a diario su fe sin dejarse presionar por el avasallador entorno en que se mueve a diario: en el que todos nos movemos a diario.
Es así como logra los fenomenales resultados que estamos viendo ahora y que, con toda certeza, veremos durante mucho tiempo más.
vicentetorrijos.com