Las esculturas de la colombiana Feliza Bursztyn llegan a Suiza | El Nuevo Siglo
Nacida en Bogotá, en 1982 fue la pionera de la escultura cinética, pues creó esculturas de metal destrozado con rasgos humanoides fantasmagóricos pero cómicos.
Foto Museum Susch
Lunes, 9 de Mayo de 2022
Redacción Cultura

Las obras de la pionera de la escultura cinética, la colombiana Feliza Bursztyn, engalanan por estos días las salas y muros de uno de los museos más destacados de Suiza con la exposición “Welding Madness”.

La exposición, que inició el 18 de diciembre e irá hasta el 26 de junio, es la primera retrospectiva en un museo internacional de la artista colombiana, la cual contará con cerca de 50 esculturas, películas e instalaciones, así como material de archivo, la mayoría de los cuales se muestran por primera vez en el viejo continente.

Esta ambiciosa muestra, que abarca toda su carrera, se realizará en Muzeum Susch y posiciona a Bursztyn como una de las escultoras más importantes de América Latina en el siglo XX.

Pionera de la escultura cinética

El mundo del arte considera a Bursztyn, nacida en Bogotá en 1982, como la pionera de la escultura cinética, pues creó piezas de metal destrozado con rasgos humanoides fantasmagóricos pero cómicos, que abordaban los efectos sociales causados ​​por la agresiva modernización de la sociedad colombiana. Compuestas de chatarra industrial, a menudo animadas por motores, estas obras representan un teatro de híbridos industriales distópicos.

Las instalaciones inmersivas de Bursztyn se caracterizan por su desconcertante sonido mecánico producido por la vibración frenética de las esculturas, así como por las ocasionales partituras musicales que acompañan a las piezas. Las obras de la artista y las puestas en escena escultóricas representan sitios de resistencia estética e inversión política antitética, generando una experiencia única que crea conciencia sobre la situación y la percepción de las mujeres en una sociedad dominada por los hombres y revela el rostro problemático de la modernidad.

Hija de inmigrantes polacos, la escultora fue testigo de la rápida industrialización que se produjo en toda América Latina en la era de la posguerra. Sus puntos de vista políticos informaron el material y el contenido de su escultura, llevándola a desafiar el estatus social y artístico.

El arte y la vida de Bursztyn estuvieron profunda y constantemente entrelazados. Sus padres, judíos polacos, partieron en 1933 hacia América del Sur. Cuando llegaron a Colombia, fueron recibidos con la noticia de la victoria de Hitler en las elecciones parlamentarias de Alemania y decidieron quedarse. Feliza nació el mismo año. Su padre, formado como rabino, se estableció como fabricante textil y se convirtió en un líder dentro de la pequeña comunidad judía de la ciudad.

Su rápido éxito le brindó a su hija la oportunidad de estudiar arte en Bogotá y luego en la Art Students League de Nueva York, así como en la Académie de la Grande Chaumière de París. Esta experiencia le permitió a Bursztyn viajar mucho, lo que continuaría haciendo durante toda su vida. Por lo tanto, se familiarizó con los desarrollos artísticos contemporáneos y estableció relaciones en los Estados Unidos, Europa y América Latina.



Figuras con chatarra

Su estudio en Bogotá, un garaje reconvertido junto a la fábrica de su padre, se convirtió en un punto de encuentro para artistas, escritores, periodistas, músicos, políticos y críticos. Fue allí donde produjo sus primeras esculturas con chatarra en 1961.

El bronce, el material con el que se formó para trabajar en París, era escaso en Colombia, lo que la llevó a recurrir a chatarra y trabajar con fragmentos desechados de máquinas, neumáticos, cables, pernos y otras piezas de metal.

Ella usaría estos materiales a lo largo de su carrera, agregando telas teñidas a mano, motores, luz y sonido para producir instalaciones cada vez más complejas y del tamaño de una habitación.

Eventualmente, Bursztyn produjo espacios experienciales de inmersión, pues sus esculturas se aferraban a las paredes, colgaban de los techos, se posaban en escenarios y realizaban bailes coreografiados con música en habitaciones espectacularmente iluminadas y adornadas.

De múltiples maneras, sus obras tenían la intención de perturbar, provocar, empujar los límites de la sociedad. Colaboró ​​con escritores, músicos experimentales, cineastas y directores de teatro en obras inspiradas en fuentes que van desde el entorno natural y la cultura popular hasta el psicoanálisis.

Para 1961 la artista realizó su primera serie de esculturas, titulada “Chatarras”, en la que soldó chatarra, llantas corroídas y cables oxidados en composiciones abstractas, desafiando significativamente los ideales prevalecientes de belleza y nobleza.

Para ese entonces la joven y desconocida artista se presentó por primera vez en la prestigiosa galería bogotana El Callejón, lo que la convirtió en la primera artista colombiana en usar materiales “no artísticos”.

Feliza, provocativamente, le dio a cada ensamblaje un nombre romántico, femenino y orgánico como “Una flor” o “Niña alegre”, que no solo contrastaba con su apariencia mecánica tosca, sino que también se burlaba de los roles de género tradicionales y la percepción del arte.

Su presencia en el arte se destacó tanto, que Gabriel García Márquez incluso halagó sus esculturas. “Feliza nunca ha hecho algo más subversivo que convertir accidentes automovilísticos en obras de arte”, escribió en 1981 el Nobel de Literatura colombiano.