El 9 de abril: recuerdos de un estudiante | El Nuevo Siglo
MUERTE y destrucción como nunca antes en la historia del país fue lo que se vivió en Bogotá el 9 de abril de 1948.
Foto tomada U.Nacional
Sábado, 10 de Abril de 2021
Antonio Cacua Prada

Quien esto escribe cursaba en 1948 su cuarto año del bachillerato en el Externado Nacional Camilo Torres, situado en la carrera 7a, entre calles 33 y 34. Contaba 16 años. Vivía en una casa de familia donde nos alojábamos numerosos santandereanos, situada a tres cuadras del Palacio presidencial, en la calle 7ª, entre carreras 10ª y 11. Conmigo estudiaban en el “Camilo Torres” varios sobrinos de las dueñas de casa. De acuerdo con el horario de clases teníamos la costumbre era ir de la casa al colegio y regresar en la mañana en tranvía, y por la tarde hacer los dos viajes a pie.

Era rector magnífico del “Camilo” el filólogo José María Restrepo Millán y vicerrector don Juan Bernal Escobar, casado con una hermana del líder popular Jorge Eliécer Gaitán.

Cerca del plantel estaba la residencia de la familia Puyana de Bucaramanga, donde se hospedó el Secretario de Estado de los Estados Unidos, el general George Catlett Marshall, quien vino acompañado de los secretarios Averell Arrimar y John Zinder, a la IX Conferencia Panamericana.

“Mataron a Gaitán”

El viernes 9 de abril de 1948 asistimos a las clases de la mañana. En la tarde salimos de la casa cerca de la una, Casimiro Marín, Chepe Pedraza y yo. Caminábamos por la carrera 7ª,  o Calle Real, y cuando íbamos frente al edificio de Correos y Telégrafos, actual Ministerio de Comunicaciones, oímos los gritos: “¡Mataron a Gaitán, mataron a Gaitán!”. Nosotros, en lugar de regresarnos corrimos hacia la Avenida Jiménez de Quesada. Al llegar a la carrera séptima con calle 14 donde funcionaba el “Café Centro Social”, el gentío era ya inmenso y las vociferaciones en aumento. Para ver lo que ocurría me subí a un tranvía abierto que estaba allí parado. Desde ese mirador pude observar cuando colocaron el cuerpo del doctor Gaitán en un carro, y una multitud enfurecida se abalanzó sobre un sujeto que habían introducido a la “Droguería Granada” de los señores Villabona, naturales de Guasca, Santander, y un grupo de lustrabotas con sus “pianos” o “cajas” le daban por la cara y la cabeza. Cuando miré el reloj era la una y veinte minutos de la tarde. El automóvil arrancó con dificultad con el herido, mientras por la carrera 7ª. Hacia el sur, empezaban a arrastrar el cuerpo del hombre que decían había disparado su revólver contra la humanidad de Gaitán.  “¡A Palacio, a Palacio!”, vociferaba el populacho.

Luego se escucharon gritos: “¡La policía mató a Gaitán!”. “¡A la revolución!”. “¡Abajo los godos!”.



En “El Tiempo”

Me bajé del tranvía y me encaminé por el Café Pasaje, carrera 6ª con calle 14, hacia la Avenida Jiménez. En ese trecho me encontré con un compañero de curso, Wilson Bohórquez, y resolvimos irnos para el colegio. La Avenida Jiménez hervía de gente. La verja de la puerta principal de entrada al diario “El Tiempo” estaba cerrada. Hasta ese lugar llegó el representante Julio César Turbay Ayala, muy compungido, y solicitó lo dejaran pasar, pero los porteros no lo atendieron. El célebre vendedor de lotería “Cara de Tigre” lanzaba en ese sitio toda clase de improperios. En eso apareció el profesor Horacio Bejarano Díaz y nos le acercamos. Nos dijo que iba para el “Camilo”. De pronto vi a mi amigo, el Coronel Virgilio Barco, en ese momento Director General de la Policía Nacional, quien bajaba solo y a pie por la acera de “El Tiempo”. Me le acerqué y le dije: “Coronel, mataron a Gaitán y le están echando la culpa a la policía”. “No puede ser”, me respondió. “Muchas gracias”. Y casi a la carrera atravesó la avenida y se dirigió al Parque Santander donde tomó su carro que tenía parqueado frente al Jockey Club.

En ese momento ya habían incendiado el Palacio de la Gobernación y se veía la humareda que salía del diario “El Siglo”, situado en La Capuchina, calle 15 con carrera 13.

Hacia el Camilo Torres

Con el profesor Bejarano, Wilson Bohórquez y Casimiro Marín, quién reapareció, tomamos un tranvía de los llamados “Lorencitas”, que enrutó por la carrera séptima hacia el norte. En la calle 26 lo detuvieron y un grupo de personas lo incendió. El comercio de la Calle Real, por ser hora de almuerzo, estaba cerrado. En esos años no había jornada continua.

Los cuatro camilistas seguimos a pie desde la 26 hasta el Externado nacional. Al pasar por frente del diario “La Razón”, del poeta Juan Lozano y Lozano, en l Plazuela de Bavaria, salían los voceadores con una edición extraordinaria, dando cuenta del asesinato de Gaitán. Compré dos ejemplares por un peso y continuamos. El portero del colegio, Emiliano Ospina, nos dejó   entrar porque íbamos con el profesor Bejarano. En el radio que tenía el secretario Luis Carlos Tobón escuchamos las arengas que el célebre locutor Rómulo Guzmán, director del más sintonizado radio periódico, “Ultimas noticias”, vociferaba. “Pueblo liberal, a vengar a Gaitán, a la carga. Pueblo liberal, a armarse. Fabriquen cócteles molotov. Llenen botellas con gasolina, póngales corcho y mecha. Ya en los faroles de la Plaza de Bolívar cuelgan los cadáveres de Laureano Gómez, de Guillermo León Valencia y del ‘cojo’ Montalvo. ¡Pronto anunciaremos la muerte del tirano Ospina Pérez!”.

Rómulo Guzmán era muy conocido por la transmisión de la cuña de una pomada que leía constantemente en su noticiero por ser la patrocinadora de su espacio radial: “Kutilina no mancha, Kutilina no irrita. Kutilina no guele, Kutilina la rasquiña elimina”.

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En el “Externado Nacional Camilo Torres” funcionaba una célula comunista integrada por más de 20 estudiantes y un comando conservador que solo alcanzaba a once miembros. En el plantel había mucha impaciencia. Don Juan Bernal reunió en un patio a todo el personal que se encontraba en el Colegio. En breve alocución informó sobre los hechos ocurridos y anunció unas vacaciones indefinidas. Autorizó utilizar los teléfonos para llamar a las casas con el fin de que vinieran a recoger a los alumnos. A las cuatro de la tarde permitió la salida de quienes no teníamos acudientes.


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A Monserrate y a las cruces

Casimiro Marín, abogado y exmagistrado; Salomón Gutiérrez, médico; un primo de éste, quien era el alumno de más edad en el colegio, natural del Tolima y portaba un pequeño revólver; Chepe Pedraza, médico y el suscrito, tomamos la carrera 7ª hacia el sur. Al llegar al Parque de la Independencia observamos a las camaradas camilistas que subían de la Radio Nacional. Al distinguirnos nos pegaron una corretiada y fuimos a parar a la estación del funicular de Monserrate. Después nos regresamos por los barrios Belén y Egipto y fuimos a dar a la Estación de Policía de la calle 4ª con carrera 7ª, que se encontraba totalmente saqueada; en su dependencia nos medimos unas máscaras nuevas antigases.

Como estábamos cerca del Colegio Nuestra Señora del Rosario, situado en la calle 2 con carreras 7ª y 6ª, en la acera oriental de la plaza de Las Cruces, donde estudiaban internas nuestras novias, nos encaminamos hacia allá y llegamos a tiempo. Un grupo de alzados quería tomarse el plantel. El primo de Salomón sacó su revólver e hizo varios disparos al aire y esto bastó para que el populacho se espantara. Llovía a cántaros. Las Hermanas Terciarias Dominicas nos agradecieron este gesto heroico.

En las torres de las iglesias de Las Cruces, Santa Bárbara y San Agustín y en el llamado Edificio de los Ministerios, a media cuadra del despacho presidencial, se habían apostado grupos de francotiradores.

Por el Parque de Las Cruces bajamos a tomar la carrera 10 al norte, línea del tranvía, hacia la calle 7ª. Muy difícil fue avanzar por el constante silbido de las balas y el desplazamiento de una gran cantidad de gentes de barriada que, embriagadas, cargaban sobre sus hombros y sobre su cuerpo el producto de los saqueos en los almacenes de la carrera 7ª, la Plaza de Bolívar y sus alrededores. La mayoría de los dueños de establecimientos comerciales eran “polacos”, así tildados los libaneses, judíos, turcos y poloneses. Las pocas tropas del Batallón Guardia Presidencial iban ampliando la zona de defensa del Palacio gracias a la lluvia intensa. El alumbrado público no funcionaba. Los muertos y heridos tendidos en las calles eran numerosos. Más de cinco horas gastamos para llegar a nuestra casa, saltando por sobre cadáveres.

Enfrente de nuestra residencia vivían varias niñas que estudiaban en el “colegio Ateneo Femenino”, plantel contiguo al Palacio presidencial. Tres de ellas, con sus uniformes y sus libros, yacían exánimes en la mitad de la calle.

Este dantesco cuadro nos destrozó el alma.



Días trágicos

El sábado 10 lo pasamos pegados a los radios que transmitían música y una que otra información. No se escuchaba sino el tableteo de los disparos. La calle  7ª estaba desierta, solo transitaban algunos soldaditos en fila india que de rato en rato contestaban los disparos de los francotiradores. En la vía, cuerpos y objetos destrozados.

El domingo 11, como a las nueve de la mañana, sentimos que un grupo de personas subía por la calle 7ª. Nos asomamos a las ventanas y vimos y una novia con vestido blanco y larga cola, acompañada por su novio, de riguroso negro, seguidos por sus familiares, todos caminando con las manos en alto. Se dirigían a la Iglesia de San Agustín, calle 7ª con carrera 7ª, a contraer matrimonio. Hacia las once nos congregamos en la sala de la casa y el estudiante de derecho de la Universidad Javeriana, quién después fue político y senador de la República, Ciro López Mendoza, en un misal de la dueña de la casa, leyó con profunda devoción la misa del día. Los asistentes seguimos con inusitado fervor el acto religioso. Nadie se atrevió a salir a la calle. Por fortuna, los alimentos no faltaron.

Como a la una de la tarde, el químico farmaceuta Luis Roberto Prada Celis, quién tenía una droguería en San Victorino, llegó y nos relató los cuadros dantescos que observó en su recorrido.

Yo creo en Colombia

A las siete de la noche nos volvió el alma al cuerpo. La Radio Nacional anunció una alocución del señor Presidente, Mariano Ospina Pérez. En el comedor  instalaron el radio más grande que había en la casa, un R.C.A. Víctor. Cada uno buscó la mejor ubicación para escuchar las palabras del Primer Mandatario. La emoción era contagiosa. A las 8 de la noche, después de oír las notas marciales del Himno Nacional, con voz grave y su dejo característico de paisa inició: “Colombianos…hablo al país desde el Palacio de la Carrera, la morada tradicional de los Presidentes de Colombia…Jamás una ciudad fue sometida, como Bogotá, a más tremendo sacrificio…Por lo que, a mí toca, os aseguro que cumpliré con mi deber hasta el último instante…” y remató: “De pie sobre las ruinas, yo creo en Colombia y tengo fe en vosotros”.

Una salva de aplausos rubricó la última frase del “Héroe del 9 de abril”. Esta intervención despejó el horizonte y trajo mucha tranquilidad a la ciudadanía.

Durante la semana y con algunas precauciones pudimos recorrer los escombros de la carrera 7a, que parecía bombardeada. En las principales vías se encontraban los armazones de los tranvías incendiados. Saqueado el Capitolio, la Gobernación de Cundinamarca, el Palacio de San Carlos, el Ministerio de Justicia, la Nunciatura Apostólica, la residencia Arzobispal, la Javeriana femenina, el Convento de las Madres Concepcionistas, el Museo y Colegio La Salle, el hotel Regina, la Capilla del Hospicio, el diario El Siglo, el sector de San Victorino hecho ruinas. La torre de la Iglesia de Santa Bárbara cañoneada. El domicilio del jefe del Conservatismo, el excanciller Laureano Gómez, en Fontibón, llamado Torcoroma, reducido a pavesas. En el Cementerio Central, filas y filas de centenares de difuntos esperando su reconocimiento.

El diario “El Tiempo” en su primera salida, a todo lo ancho de la página publicó: “Bogotá está semidestruida”. “Cobardemente asesinado el Dr. Gaitán”.  Y  a siete columnas: “Seguirá en Bogotá la Conferencia”.