“Muertos bajo tierra fértil”, historia entre horror y esperanza | El Nuevo Siglo
El libro, que salió a la luz el mes anterior, está disponible en librerías colombianas como la Librería Nacional, Librería Lerner y Casa Tomada.
Foto cortesía
Miércoles, 6 de Abril de 2022
Redacción Cultura

De efímeros recuerdos de infancia nace la segunda novela del escritor colombiano Luis Luna Maldonado, quien vuelve a apostarle a este género con “Muertos bajo tierra fértil”, una historia en la que se traza un triángulo tenso entre amor, crimen y prensa en territorios encontrados donde la verdad es a veces rastrera, a veces trepadora.

“Luego de cuarenta años dirigiendo la página roja de un diario de provincia, Arístides, entre el ocaso de su oficio y el alba de su cirrosis, regresa a su pueblo natal. Poco antes de llegar, lo asalta un recuerdo: el cuerpo amoratado que vio sacar del río cuando era niño. Su olfato de reportero huele una historia. ¿De quién es ese cuerpo? ¿Quién lo eliminó como a tantos otros en su país? Investigar esta desaparición será como abrir una lata de la que emergen corrupción, silencios opresivos y violencia renovada, además de una inesperada conexión con su novia de su juventud y su sombrío esposo”, se lee en la sinopsis de esta novela.

Para conocer la génesis de esta nueva historia, EL NUEVO SIGLO habló con el autor, quien además develó qué lo llevó al camino de la escritura y la novela.

EL NUEVO SIGLO: Es publicitario de profesión y artista visual por intromisión. ¿Cómo se animó entonces a entrar al mundo de las letras?

LUIS LUNA MALDONADO: Y novelista por la misma acción y efecto. Aunque por ahí le leí a alguien que ese título se otorga después de publicar la quinta obra. Y agregaría que novelista es el que vive, bebe y come de la novela, lo cual no lo pueden decir muchos ni muchas.

En realidad, es una vocación tardía, si es que es una vocación. Vengo del mundo de la publicidad donde he sido redactor y creativo desde hace mucho tiempo y el oficio de la palabra siempre ha estado ahí. Además, el rigor en su utilización, sobre todo en la poesía de la sociedad de consumo, como llamo a este oficio, me ha servido mucho para escribir lo que ahora me interesa.

Entré de lleno porque la profesión de siempre me fue dejando y continué con las teclas pero en la ficción. De artista, sí, estuve un buen tiempo alternando con la pintura y con el grabado, incluso un par de obras contra las minas antipersonal fueron seleccionadas para dos salones nacionales. Sigo haciendo cosas, pero más íntimas, sin mayores pretensiones. La próxima década seré, no sé, ceramista, de pronto hasta novelista.

ENS: ¿Cuáles son las constantes que no pueden faltar en sus libros?

LLM: He publicado dos novelas y un volumen de cuentos, además de una publicación cultural mensual que se llamó “El papel higiénico ilustrado”, y de la cual se editó un libro recopilatorio. Si hablamos de la ficción, que es lo que nos ocupa, me gustaría referirme a las dos novelas y diría que estas acogen temáticas diferentes pero emparentadas por una misma realidad. En la primera, “Aquí sólo regalan perejil”, se abordó el tema migratorio, que a su vez es la consecuencia de otros fenómenos como la falta de oportunidades para los jóvenes, en el caso del protagonista, pero como sabemos, las amenazas y hostigamientos hacen que muchas personas de toda índole hayan tenido que huir del país.

En “Muertos bajo tierra fértil” el tema apunta hacia la desaparición de personas, hacia los desaparecidos, que en zonas de conflicto como Colombia hay más de 1.200.000, según Cruz Roja Internacional. Pero esas cifras seguramente se queden cortas. Pero también toca la simple vida de gentes que como todos nosotros se han visto manchados por cualquiera de estas manifestaciones violentas. Igualmente, cuestiones como el ejercicio periodístico o la justicia, donde, como reza un aparte de la contracarátula, la verdad es a veces rastrera, a veces trepadora.

ENS: Recientemente lanzó “Muertos bajo tierra fértil”, su nueva novela, ¿cómo llega a su pluma esta historia?

LLM: El detonante es un recuerdo de infancia. Una obra literaria muchas veces parte de una imagen. En poesía, relato y en novela, una imagen o una noción poderosa puede generar eso, literatura. El caso es que cualquier día, hace unos 10 años, evoqué ese episodio tan fugaz como atroz y escribí un par de párrafos; eso quedó allí, en remojo, casi en olvido, hasta que lo retomé y sentí que estaba preparado para contar una historia a partir de esa semilla.



Ahora que el libro está editado y que algunas personas ya lo están leyendo, he recibido mensajes de familiares, claro, quienes también han recordado el hecho, esa visión. A la “la pluma” como dices, llegan historias ya sea por imaginación o por apropiación, como es el caso de este germen. “Yo lo vi primero”, diría mi-yo-niño de entonces.

ENS: El horror y la esperanza son pilares de este libro, ¿cómo logra este balance?

LLM: “El delicado balance entre el horror y la esperanza” dice mi editora en el paratexto. Y continúa: “esas piezas que aparecen al desenterrar recuerdos de cadáveres y amores extraviados”. Yo haría énfasis en el delicado más que en el balance. Nuestro país, entre tanto valiente que comete atrocidades a sabiendas de que la impunidad es una carta más de una baraja marcada, es una nación entre algodones. La fragilidad es una capa bajo esa costra que se desconcha y se renueva cada día y que protege del horror con algo peor: la costumbre. Bueno, y la esperanza… la esperanza no es más que expectación acostumbrada. Pero vital.

ENS: El protagonista, Arístides, este hombre que decide viajar a sus raíces, ¿tiene algo de Luis Luna?

LLM: Arístides viaja a su pueblo natal porque el alcohol, más todas las salpicaduras del conflicto y sus consecuencias, lo expulsan de su reducto, pero al mismo tiempo al regresar y recordar “ese hecho”, su olfato periodístico le dicta que no todo ha terminado. Tiene de Luis Luna Maldonado ese recuerdo y nada más; se lo he endosado como fuente de sus días por venir, de “su esperanza”, pero a partir de allí es un personaje de ficción, que como todos los personajes, son una especie de Frankenstein, que se crean a partir de retazos, de otras personas, de la familia, de los vecinos, de algún antepasado, pero también de lo vivido, de lo escuchado, de lo filtrado.

Decía Gabo que las personas tenemos una vida privada, una pública y otra secreta. Los autores nos las tiramos de dioses, y de nuestros personajes tenemos la facultad o engreimiento de conocer las tres. Y sí, a veces se cuelan peculiaridades del autor, como las mechas largas, por ejemplo.

ENS: ¿Qué es lo que lo ha llevado a elegir el género de la novela?

LLM: Escuché el otro día a Javier Cercas, en la presentación de su más reciente novela, algo así como que la novela debe formular un enigma complejo, de la manera más compleja posible y no resolverlo. Esto último es optativo, claro, pero no es lo más importante. Como se suele decir, lo emocionante es el viaje, no el destino. Y en la novela, cuando me planteé escribir una, la seducción fue justamente esa, no saber hacia dónde iba. Creo que debe ser un viaje con cierto control sobre unos hitos intermedios, pero la ventana a “lo que venga” es una aventura que me sobrecoge.

Cuando te metes en la historia y esta no te suelta es como un calambre dulce, que remite sólo con algún estímulo exterior que te saca del trance. La novela es un artilugio para inquietar, incluso para fastidiar. Y eso me atrae. Yo, como lector, quiero entretenerme con una obra, pero también espero que esa novela genere movimientos internos.