Preocupado por la falta de agua, Than Tun recorre su pequeño arrozal bajo un sol inclemente. El sistema de irrigación no ha cambiado desde la época de sus abuelos, pese a que el arroz es clave para sacar de la miseria a millones de campesinos en Birmania.
"Nadie viene nunca a preguntarnos cuáles son nuestras dificultades", constata sin enojo este hombre de 40 años, en la región de Rangún.
Than Tun hace frente a todas las tareas solo: alquila el material agrícola a su vecino, negocia los precios con los intermediarios o lidia con las invasiones de insectos.
"El gobierno no ayuda mucho a los campesinos. Seguimos manteniendo nosotros mismos el sistema de irrigación", explica en su arrozal, con los pies desnudos y una vieja camiseta del Chelsea sudada por el calor.
La autodisolución de la junta birmana en 2011, tras décadas de una política económica socialista catastrófica que arruinó las infraestructuras del país, no cambió gran cosa: la industria del arroz en Birmania sigue siendo poco competitiva, muy por detrás de sus vecinos de Tailandia y Vietnam.
Modernizarla forma parte de las reformas que permitirían sacar rápidamente de la pobreza a la población rural, que representa 70% de los habitantes de Birmania, según expertos.
El país podría incluso aspirar a reconquistar la plaza de primer exportador mundial de arroz que ocupaba en la época de la colonización británica.
En su arrozal, Than Tun instaló una pompa artesanal para recuperar el agua para su parcela de 15 hectáreas de un canal casi seco.
La canalización, construida por los propios aldeanos, transporta el agua del río de Rangún, capital económica del país, en pleno desarrollo desde 2011.
Pero una vez se atraviesa el río - donde navegan los ferris repletos de campesinos que van a vender sus productos en los mercados de la ciudad -, no hay en esta ribera ni agua corriente, ni electricidad, ni centros comerciales en construcción.
- 'Enorme potencial' -
El desarrollo birmano no es homogéneo, ni mucho menos. Y además de una irrigación arcaica, el circuito arrocero sufre una falta de organización.
"Un comprador viene y es él quien almacena mi arroz. No sé a qué precio lo venderá. Sólo comparo con los otros campesinos", explica Than Tun, cerca de su choza.
Los expertos enumeran las fallas, como la falta de un sistema que mantenga informados a los campesinos sobre los precios del mercado, o la inexistencia de lugares de almacenamiento para conservar las cosechas a la espera del buen momento para vender.
"El arroz representa un potencial enorme en Birmania, donde la economía se basa en este cereal. Pero sigue siendo uno de los pocos países asiáticos con rendimientos bajos. Si se pone a la altura, esto podría tener un efecto mayor para la reducción de la pobreza", estima Sergiy Zorya, del Banco Mundial.
Sean Turnell, de la universidad australiana de Macquarie, se muestra "muy optimista sobre el potencial de Birmania", siempre y cuando se facilite a los campesinos "un acceso al crédito, el mercado y las tierras" en este país donde muchos trabajan como obreros agrícolas. También cree que se debe mejorar la calidad del arroz, las infraestructuras de almacenamiento y de transporte.
Birmania se beneficia de muchos programas de ayuda, apoyados entre otros por la Unión Europea, para mejorar el desarrollo de los sistemas de irrigación, las cooperativas o la renovación de las semillas.
Y aunque las inversiones extranjeras son insuficientes, algunos empresarios birmanos se lanzaron a la mejora de la industria arrocera. Es el caso de Kyaw Win, quien, con la ayuda de ingenieros japoneses, invirtió tres millones de dólares en un molino y un depósito moderno en la periferia del noroeste de Rangún.
Kyaw Win milita por una mejora global del sistema: "Nuestros campesinos deben aprender a producir cosechas más eficaces". "Por ahora, se derrocha mucho", afirma.