La percepción popular cada vez que alguien habla de “la recta final” de un proceso, tarea o labor, es que la parte más compleja ya se superó y lo que falta por concretar es sencillo o, al menos, no demandará tanto trabajo ni esfuerzo como lo ya concretado.
Esa previsión viene como anillo al dedo frente a los pronunciamientos del Gobierno y las Farc respecto al corte de cuentas a la negociación en La Habana. Ambas partes, en conjunto o por separado, han utilizado la expresión “recta final” para definir lo que le falta al proceso de paz. Incluso han ido más allá, acudiendo a frases efectistas y de alto impacto en la siquis de la opinión pública colombiana como “la paz ya asoma”, “este será el año de la paz”, “la guerra está a punto de quedar atrás”, “el posconflicto ya arranca”…
De allí que, en perspectiva, tanto los sectores que apoyan el proceso de paz con las Farc y los que los critican consideren, en su gran mayoría, que la negociación en La Habana, para bien o para mal, está a punto de terminar y que los puntos que restan de la agenda, si bien son complejos, podrían saldarse en apenas los 70 días que restan para el 23 de marzo, la fecha límite que el 23 de septiembre del año pasado se fijaron el presidente Santos y el máximo cabecilla de la guerrilla, alias ‘Timochenko’, cuando se comprometieron a que en menos de seis meses se firmaría el “acuerdo final”.
Esa fecha del “23-M”, como se la bautizó, sin embargo fue puesta en duda después por las propias Farc, aduciendo que los seis meses se empezaban a contar a partir de la firma definitiva del acuerdo sobre justicia transicional, que si bien se anunció el 23 de septiembre, el Gobierno forzó la reapertura de la discusión para “precisar” temas como el alcance de la “restricción efectiva” de la libertad a los guerrilleros condenados por delitos graves y atroces. Esa renegociación duró casi dos meses y sólo se anunció el cierre oficial del acuerdo judicial el 15 de diciembre. De esta forma, para las Farc, el “23-M” se convirtió ya en “15-M”, es decir el 15 de mayo.
Nuevo escenario
Así las cosas, el nuevo ciclo de la Mesa de Negociación que arrancó ayer en La Habana, se torna distinto a los anteriores por varias razones básicas.
En primer lugar, el presidente Santos instruyó a sus negociadores que propusieran a los delegados subversivos que a partir de ayer se sesione de manera permanente y no por ciclos, de forma tal que por esa vía se la “hunda el acelerador” a la discusión de los dos puntos que quedan pendientes de la agenda (el 3, sobre “fin del conflicto” y el 6 de “implementación y refrendación” del acuerdo”).
Lo que debe establecerse aquí es si la guerrilla, que semanas atrás se mostrara a favor de la propuesta presidencial de acudir a un “cónclave” para superar el ‘cuello de botella’ en que se había convertido la renegociación del acuerdo judicial, acepte ahora las sesiones permanentes para cumplir el plazo del “23-M”, con el que el Gobierno está jugado pero la propia insurgencia cuestiona.
Voluntad de cesión
En segundo lugar, es evidente que se necesitará de una amplia dosis de voluntad política y capacidad de cesión de ambas partes para que en apenas 70 días (o 123 días si se toma como referencia la fecha límite del 15-M de las Farc) se superen temas muy gruesos que restan en la agenda.
El punto 3 tiene 7 subpuntos, en donde están varios de los asuntos más complejos de la mecánica del proceso, como el cese al fuego y de hostilidades bilateral y definitivo, la dejación de las armas y la “reincorporación de las Farc a la vida civil en lo económico, social y político”. También debe abordarse lo relativo a la excarcelación de guerrilleros y el no menos complicado asunto del combate a organizaciones paramilitares, Bacrim, lucha anticorrupción y no impunidad a atacantes de defensores de derechos humanos, movimientos sociales o movimientos políticos. A ello debe sumarse que se hará una “revisión” a la tarea gubernamental para adelantar las reformas y ajustes institucionales para “la construcción de la paz”. Por último, en este punto, el siempre difícil reto de las “garantías de seguridad” para las Farc desarmadas y desmovilizadas.
Cada subpunto, como se dijo, será muy difícil de acordar en cuestión de pocas semanas. En el cese el fuego, por ejemplo, hay que establecer si la ONU verificará su cumplimiento. Igual, aunque el Gobierno ya anunció que citará al Congreso para reformar la Ley 418 y viabilizar la concentración territorial de los contingentes de las Farc, es claro que la propuesta de éstas en torno a los “Terrepaz”, que implica abrir zonas en donde estén insurgentes, sus familias y las comunidades, sin presencia de las Fuerzas Militares, va mucho más allá de lo que podría ceder el Ejecutivo.
Otro pulso grande será el del desarme, pues mientras el Gobierno insiste en que el arsenal de las Farc debe ser inutilizado y destruido, éstas apenas si aceptan “su no utilización” en la política”, sin que hasta ahora sea claro si ello significa que entregarán las armas a un tercero para que las destruya (nunca al Gobierno) o simplemente las guardarán bajo tutela de un veedor internacional.
No menos complejo es el punto “6”, pues allí tendría que discutirse lo relativo a la refrendación del acuerdo, que el Gobierno propone hacerlo por vía de un plebiscito -y para ello ya hizo aprobar, unilateralmente, una ley al respecto-, pero se sabe que las Farc insisten en acudir a una asamblea constituyente. Y en cuanto a la implementación de los acuerdos, aquí se entrará a la discusión sobre si la guerrilla acepta el mecanismo –también tramitado sin previo consenso en la Mesa de La Habana- del “acto legislativo por la paz” que ya tramita el Congreso, creando una “comisión legislativa especial de paz” y dando facultades extraordinarias al Presidente de la República para tramitar y aprobar las leyes y reformas constitucionales que se deriven de un pacto final de paz…
¿Se puede acordar todo esto (más los asuntos pendientes de los puntos 1,2 y 4, en 70 o 123 días? Esa es la pregunta que desde ayer Gobierno y Farc tienen sobre la mesa para acelerar un proceso al que el largo tiempo sin cerrarse ya se le convirtió en su peor enemigo.