ANALISIS. El uribismo perdió su ficha clave en el gabinete. ¿Será suficiente con Pinzón? | El Nuevo Siglo
Miércoles, 31 de Agosto de 2011

 

Rodrigo Rivera fungía en el Consejo de Ministros como la representación del ex presidente Alvaro Uribe en el gobierno. Aunque entre los uribistas podía contarse algún otro, la verdad era que el Ministerio de Defensa había sido la cartera fundamental por la que el uribismo había jugado sus cartas y vetos.
En efecto, cuando Juan Manuel Santos comenzaba a despachar de presidente electo, era casi un hecho que en Defensa sería nombrado Germán Vargas Lleras, pero los alfiles uribistas, todos a una, comenzando por el ex vicepresidente Francisco Santos, enfilaron baterías en contra de ello. La reacción produjo que se barajara esa posibilidad y que Vargas Lleras pasara a la cartera del Interior y de Justicia. Como no hay mal que por bien no venga, Vargas Lleras desarrolló desde allí un ejercicio positivo de reformismo, sacando avante leyes estructurales que el país tenía represadas desde hacía una década. En tanto, frente al Ministerio de Defensa, era evidente que el pulso lo había ganado Rivera, obviamente con la ayuda de Uribe.
Hoy, lo que está por dilucidarse es si Rivera salió por sus declaraciones de ayer en el periódico El Colombiano, en las que calificó de error haber congelado el gasto militar.
En principio, Rivera encontró apoyo gigantesco con el abatimiento del Mono Jojoy. Pero a poco de ello, antes de que se desgajara la catastrófica ola invernal, ya el mismo Uribe comenzó a advertir sobre lo que consideraba la erosión de su política de seguridad democrática y sus crudas señales sobre el viraje de Santos con el presidente venezolano, Hugo Chávez. Así, de alguna manera el invierno determinó que Uribe enfundara por un tiempo su pluma electrónica y Rivera pudo asentarse en el cargo. 
Aún de este modo, si bien Rivera provenía de las canteras uribistas, pues no sólo había sido precandidato presidencial de esa cauda, sino acérrimo defensor de la reelección, encontró posteriormente y de nuevo resistencia en miembros de la U, incluido el entonces presidente del Senado, Armado Benedetti. En realidad, Rivera nunca contó con respaldo político definitivo para ocupar la cartera. Era evidente que quien lo mantenía era Santos, pero que éste nunca había sido de sus fichas primordiales. Su ingreso en el gabinete era apenas un rezago de la campaña electoral de 2010.
Durante la gestión de Rivera, fue lamentable la llamada a calificar servicios del general Gustavo Matamoros, una de las figuras preeminentes para ocupar la comandancia de las Fuerzas Militares. En su momento ello causó una mini crisis en la que se demostró que Rivera no había sido hábil para manejar las fricciones naturales que paulatinamente produjo el nombramiento del almirante Edgar Cely en ese cargo. Con ello se perdió un buen oficial y seguramente el mismo Cely será motivo de salida en la reestructuración de la cúpula militar el próximo diciembre. Ahora, con Matamoros por fuera, la figura emergente es el general Alejandro Navas.
En el transcurso de las actividades de Rivera, Santos reconoció el conflicto armado interno, modificando los conceptos de seguridad antecedentes. La voz de Rivera fue casi nula al respecto, pues la idea había provenido del asesor de seguridad nacional, Sergio Jaramillo, otra de las manos derechas de Santos, al lado, entre otros, de Juan Carlos Pinzón, el nuevo ministro de Defensa y ex viceministro de esa cartera en la época de Uribe.
Pinzón, por tanto, no debe tener resistencias del uribismo. Aunque sin duda es cuota directa de Santos, puede ser motivo de avenencia con Uribe. Esta situación puede producirse tanto por la vía concurrente como la excluyente. Concurrente, en efecto, porque Pinzón es el tipo de persona que a Uribe le gustaría ver en este tipo de cargos, un poco al estilo de un civil con alma de soldado. Y excluyente porque el despacho no recayó en ninguno de los dirigentes o cábalas que hacían algunos medios de comunicación. Es decir, no se verificó el intercambio entre Vargas Lleras y Rivera que algunos presupuestaban entre los ministerios del Interior y Defensa; tampoco la posibilidad de que el partido liberal accediera a ello, a través del ex ministro Rafael Pardo, como había sonado en ciertos círculos; y porque, al fin y al cabo, Pinzón puede reputarse de la U, habiendo sido Santos candidato oficial de la cauda y aquel personaje central en la administración de la campaña.
El hecho, en todo caso, es que Santos, por fuera de cuotas, tiene un comodín de marca mayor en la Unidad Nacional. A un año de su posesión no necesita de representaciones y milimetrías partidistas, sino que todo cabe en esa bolsa. Llega entonces Pinzón como vocero de Defensa, dentro de la Unidad Nacional, una vez ésta fue formándose en los últimos doce meses hasta su composición actual, que ya no tiene sino al Polo Democrático por fuera. Sale Rivera a una embajada, sin que aún se sepa que será de su carrera política hacia el futuro. Lo cierto es que Santos tenía de hace tiempo en mente a Pinzón y desde ya se puede ver que comienza a gobernar con más holgura, no sólo de las encuestas, sino de sus propias directrices.